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Cómo es la pesca bajo el estado de alarma

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Cuando el fotógrafo Lluís Tudela pensó en retratar cómo estaba todo a su alrededor tras semanas de confinamiento, su primera idea fue salir al campo. Pero alguien cercano a él le sugirió que mirara hacia el mar.

Tras tres semanas de encierro, los pescadores de L’Estartit, un pequeño pueblo pesquero de la Costa Brava, en la provincia de Girona, podían volver a faenar. Y todos coincidían en una cosa: el mar había cambiado. Tanto había disminuido la actividad marítima que había especies que vivían mar adentro y que ahora, sin embargo, se estaban acercando a la costa cambiando sus costumbres: delfines, tiburones, atunes…

Lluís Tudela

Lluís Tudela

Tudela consiguió un permiso para acercarse al puerto y ver cómo era la actividad pesquera allí. Aquellos días, el confinamiento decretado por el estado de alarma era aún estricto. Estuvo un rato conversando con uno de aquellos pescadores, Joan Massaguer, y al final se atrevió a pedirle si podía acompañarle a faenar al día siguiente. Y accedió.

La vida de los pescadores en aquella comarca, como en muchas otras zonas de pesca del país, se regía ahora por nuevas normas. Se repartían turnos de salida, no más de tres barcos cada día, para tratar de coincidir en puerto el menor número posible de personas y respetar las medidas de higiene y seguridad impuestas por el Gobierno.

Lluís Tudela

Joan y Lluís partieron el 24 de abril poco antes de la salida del sol. Iban solos y esa sensación, la de la soledad, es la que más pesa en el recuerdo del fotógrafo. «Era entre bonito y espeluznante a la vez», rememora. Porque, a pesar de faenar cerca de la costa, no se divisaba ningún tipo de actividad en ella: ni barcos, ni obreros trabajando, ni gente paseando con su perro… nada. Nada.

Lluís Tudela

La luz tiene un especial protagonismo en las fotos que hizo Tudela aquella mañana. Tras varios días de tormentas, había amanecido despejado y en calma. «Ya no es solo que en las primeras horas la luz es cálida y bonita de por sí», explica el fotógrafo, «sino el ambiente que crea, las sensaciones que provoca».

Las fotos muestran cómo va evolucionando esa luz marcando las distintas etapas de la faena. «Era como muy estructural». Y también simbólico: partes de la oscuridad y poco a poco, la luz va llegando, como un presagio de que todo va a salir bien.

Lluís Tudela

Lluís Tudela

Lluís Tudela

El día que salieron a faenar, tocaba capturar sepia. La cofradía de pescadores de L’Estartit lidera un proyecto ambiental llamado Proyecto Sepia, que pretende mejorar la reproducción de estos cefalópodos y repoblar con ellos las aguas del Ampurdán. El objetivo es favorecer la pesca tradicional, base de la economía de esta zona, y fomentar prácticas de pesca sostenibles.

Lluís Tudela

Lluís Tudela

Gráficamente, a Tudela le impresionó el contraste de la luz brillante y cálida con el impacto de la tinta negra salpicando el barco. «Que saques la sepia y te haga una pintura contemporánea en un barco, a mí me resultaba gracioso», comenta Tudela con humor.

Lluís Tudela

Lluís Tudela

Lluís Tudela

Al regresar al puerto, la sensación de soledad se amortiguó solo en parte. Los sonidos habituales habían enmudecido. Solo un miembro de la cofradía estaba allí para descargar y organizar la pesca que iba llegando a puerto; de pesarla, empaquetarla y transportarla. La vida seguía esperando dentro de las casas de L’Estartit.


Cuentos ilustrados sobre lo que hemos aprendido durante el confinamiento

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Llevamos semanas especulando sobre cómo seremos en esa nueva normalidad que poco a poco se va despejando. Las hipótesis más optimistas hablan de una sociedad más solidaria, más respetuosa con el medio ambiente, más consciente y considerada con la labor de determinados profesionales… Las pesimistas coinciden con las escépticas: esto pasará y no cambiaremos en nada.

Predecir cómo nos afectará todo esto como colectivo resulta difícil. Es más fácil sacar conclusiones desde el plano personal. Un ejercicio, por otra parte, muy aconsejable.

Para no olvidar lo que estamos viviendo, aprendiendo y sintiendo todos estos días, Mercedes Martínez Peña tiene un truco: escribirlo y dibujarlo en forma de cuento.

Fue al principio de la cuarentena cuando la creativa y copywriter empezó a pedir a escritores e ilustradores que contaran sus propias experiencias en este formato. Y que lo hicieran por parejas: uno lo escribía y otro lo dibujaba. Así es como comenzó a dar sus primeros pasos el proyecto Lo que aprendimos.

«Se trata de crear contenido de entretenimiento para niños y jóvenes y asegurarnos de que no se nos olvida todo lo que hemos aprendido. Y lo hemos hecho a través de lo que mejor sabemos hacer: la creatividad».

Martínez Peña pensó que el cuento era el formato idóneo porque la mayoría suele contener una moraleja, «explícita o no». «Además –añade-, tiene una estructura sencilla que permite comprender y retener bien el mensaje».

Para Lo que aprendimos empezó reclutando a amigos y colegas de profesión. «En ocasiones, contactaba con una persona y esta se traía a la pareja con la que iba a crear. En otros casos, he unido perfiles que me parecía que podían encajar y han surgido sinergias nuevas. Esto es algo que ha gustado mucho a los colaboradores».

La experiencia también le ha servido para descubrir nuevos talentos: «He buscado portfolios o perfiles que me gustasen en Instagram y los he invitado a participar». La respuesta de todos ellos la ha sorprendido gratamente: «Estoy muy agradecida a todos los que, conociéndome o no, han dedicado su tiempo y su esfuerzo para aportar a este proyecto».

De momento ya van por unos 30 cuentos y «la maquinaria» no se ha parado. «Va a tener un tope, seguro, porque la intención es llevarlo al papel, probablemente a través de crowdfunding». Los beneficios generados, según la creativa, se destinarían a una causa benéfica relacionada con el principal público objetivo de los cuentos: niños y jóvenes.

Aunque Martínez Peña tampoco descarta otras opciones: «Creo que sería interesante convertir Lo que aprendimos en una plataforma en la que todos los creativos podamos ofrecer lo que mejor sabemos hacer para diferentes causas benéficas».

 

Pero ¿qué es lo que «lo que hemos aprendido» de todo esto? «Creo que hemos aprendido tantísimas cosas, que por eso era necesario dejarlo por escrito (y por dibujado). Y, además, creo que la forma más enriquecedora de ver todo lo que hemos aprendido es desde diferentes perspectivas. Es algo que hemos conseguido gracias a tener colaboradores tan diferentes».

A grandes rasgos, Martínez Peña se queda con las siguientes lecciones: «Que la empatía mueve montañas, que hay que tener claro qué es lo imprescindible, que la solidaridad y la responsabilidad social son valores en alza y que desde el centro de Madrid se pueden ver las estrellas (si contaminamos menos)».

Como optimista de manual, la creativa cree que muchas de esas lecciones las seguiremos teniendo en cuenta una vez salgamos de esta crisis. Aunque también es consciente de nuestra capacidad para olvidar: «Tenemos que hacer todo lo posible para que estos aprendizajes calen». Para conseguirlo, propone leer de vez en cuando Lo que aprendimos: «Así ayudaremos a nuestra memoria :)».

‘Guerra y Paz’: el poder terapéutico de una novela en tiempos duros

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Ana Pavlovna llevaba unos días tosiendo. Decía que tenía la grippe (extraña palabra que apenas se oía en el verano de 1805). Al príncipe Vasili no le importó y pasó la tarde con ella. Después llegaron hechos y personajes hasta llenar las 1.400 páginas de Guerra y Paz

Desde que Lev Tolstói publicó esta novela, en 1869, nada ha podido hacerla antigua. Ni la cumbre tecnológica que vivimos hoy con los robots que barren suelos. Ni este limbo espacial donde no asomas un pie a la calle pero hasta María Santísima entra en tu casa por las videollamadas. 

Es más: la plaga ha actualizado esta historia de historias pasadas. ¡La vieja aristocracia rusa! ¡Los príncipes! ¡Napoleón!

guerra y paz

En la cuarentena de los pasados meses de marzo y abril emergió el furor de leer esta obra maestra. Miles de personas del globo entero hablan de ella en un club de lectura sito en Twitter: #TolstoyTogether 

Ahí publican frases del libro. Hablan de los personajes, de paralelismos históricos y verdades eternas, como la que dijo Andrei:

«Solo conozco dos males reales en la vida: el remordimiento y la enfermedad»

Guerra y paz parece tener un poder terapéutico. En #TolstoyTogether dicen que no hay libro que encaje mejor en tiempos de pandemia. Que es una historia fabulosa para ver cómo reaccionan las personas ante lo cotidiano y lo extraordinario. Que viene bien para poner orden en tiempos desorientados. Que se sienten reflejados en las emociones de los personajes: en esa montaña rusa que es un desmadre de subir y bajar.

Hay quien dice que pegarse este maratón de lectura lo salva de meterse un maratón de series. Y quien se libra de arruinar sus días enfangado en telebasura. 

En Guerra y paz ven un alivio. Podría parecer que aquellas batallas y salones de té quedaron lejos pero en muchas páginas, los lectores de hoy ven espejos. Como estas palabras que Pierre dijo a Natasha:

«Se habla mucho de la crueldad del sufrimiento. Si me dijeran: “¿Quieres volver a ser lo que eras y no pasar lo que has pasado o prefieres vivir otra vez lo que has vivido?”, respondería: “¡Que vuelvan el cautiverio y la carne de caballo!”. Cuando se nos arroja de nuestro camino habitual, creemos que lo hemos perdido todo. Sin embargo, es entonces cuando se empieza a vivir una vida nueva, una vida provechosa. Mientras dure la existencia, durará la dicha. Todos tenemos mucho por delante, muchísimo, no me cabe duda».

‘Videollamadas de alta costura’: Ricardo Llavador, el maestro de los fondos de Zoom

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Los primeros días del teletrabajo impuesto por la cuarentena Ricardo Llavador acicaló el lugar donde trabaja en casa. Lo montó como el decorado de un rodaje: todo medido, todo pensado. Puso la cámara en un ángulo que deja ver el piano del salón (abierto, a propósito, para que parezca que lo usa).

Al fondo colocó unas ñoras, un fuet y un jamonero para mostrar que ahí se come bien. En un rincón situó «unos DVD de David Lynch, por si alguien hace zoom», indica el director creativo de OmnicomPR.

El escenario que Llavador ha montado para sus videollamadas de trabajo

Ese escenario es un decorado que monta a su antojo igual que el gamer que construye mundos. Fuera del ángulo de la cámara queda su intimidad: una manta sin doblar tirada en el sofá; una bombilla, una cuchara y varios pañuelos en la mesa de trabajo; unas botellas de vino vacías y unas camisas colgadas de una percha en una esquina de la habitación.

videollamadas de alta costura
Detalles del escenario: el piano, las ñoras, los DVD de Lynch, una planta de eucalipto seca
Cada flecha lleva al espacio del salón que no se ve desde la cámara del ordenador
La mesa que no deja ver la cámara en las videollamadas
El sofá que no deja ver la cámara en las videollamadas
videollamadas de alta costura
La mesa y los percheros que no deja ver la cámara en las videollamadas
videollamadas de alta costura
El sillón escondido detrás de una pared para que no se vea en las videollamadas

Esa es la versión artesanal de los escenarios para sus videollamadas. Pero poco juego le vio a eso y se lanzó a lo loco con los fondos de pantalla de Zoom. Empezó a poner fotos y vídeos a su espalda mientras habla con otras personas.

videollamadas de alta costura
Ricardo Llavador habla por videollamada de Zoom, en su casa de Madrid, con un fondo del Palacio de Versalles

Y decidió tematizarlos: «El otro día tuve una conversación con unos amigos de Alicante y puse de fondo un vídeo de la mascletá», cuenta Llavador. «A veces me pongo de fondo la casa del amigo con el que estoy hablando. Aprovecho cuando, en medio de una llamada, se levanta y hago una foto de su casa sin que se dé cuenta. Luego me la pongo de fondo de pantalla para que parezca que estoy en su habitación en vez de en la mía».

videollamadas de alta costura
Ricardo Llavador, en una videollamada de Zoom con su familia

Llavador se lo toma tan en serio que hasta ha puesto un croma (esa cortina verde) a su espalda para que los fondos de sus llamadas sean impecables. Para rematar: camisa, chaqueta y pajarita. Fuera de cámara, otra vez su intimidad. (Fuera de la cámara de Zoom, porque la cámara de fotos ha pillado el pastel).

videollamadas de alta costura
El croma que Ricardo Llavador ha puesto en su salón para que se vea mejor el fondo de sus videollamadas

Micrashell: el traje festivalero para tocarte y no tocarte

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Aunque sea ya difícil de recordar, en los festivales de música del pasado, las personas se rozaban, compartían vaso, tenían relaciones sexuales en los baños y se pasaban el billete de 20 euros para esnifar.

El futuro ha llegado en un par de fines de semana y todas esas costumbres, manifiestamente inconvenientes, ahora forman parte solo de un recuerdo antihigiénico. Tienen el sabor salado del sudor veraniego y la fragancia penetrante de los váteres químicos.

El estudio creativo The Production Club ha creado un diseño conceptual llamado Micrashell. Se trata de un traje protector para sobrevivir en los festivales de verano sin temor a la amenaza viral.

micrashell

Miguel Risueño, director creativo de The Production Club, explica que en el futuro más próximo «la gente estará mucho más abierta a eventos virtuales, tendremos menos dinero que gastar, seremos más escrupulosos con cosas como compartir copas o cigarrillos».

Por eso, el equipo del estudio jugó a imaginar los festivales del futuro. Esos festivales se caracterizarán por la reducción de aforo, la distancia entre espectadores y otros problemas que convierten su organización en una yincana asesina. «El problema es que ese organizador ahora tiene un presupuesto muy encogido para gastar en producción al estar el aforo limitado. Hay que hacer un festival igual de guáper, pero en un ambiente hostil y con la mitad del dinero, lo cual es fucked».

Además, hay un serio riesgo de que la experiencia sea prohibitiva. «Oferta y demanda. Si se venden menos tickets, la gente se dará de tortas por ellos y habrá especulación», cuenta Risueño. «Posiblemente, esto acabe afectando a las pesonas con menos recursos. Es posible que, al principio, solo los más pudientes acaben yendo a conciertos y la diferencia entre ricos y pobres también se note en la pista de baile. Es un poco distópico».

EL TRAJE MICRASHELL, UN CONDÓN DE CUERPO COMPLETO

Según Miguel Risueño, Micrashell «te mantiene sano y, además, si te lo pones, molas». Solo cubre la mitad superior del cuerpo y está hecho con materiales de alto rendimiento y resistentes a los cortes (y esperamos que a las quemaduras de porros).

micrashell

Cuenta con un casco que filtra el aire mediante un sistema basado en estándares proporcionados por organismos regulatorios de EEUU. La parte superior del casco es rígida y la inferior flexible, ambas transparentes.

Micrashell integra un sistema de comunicación por voz, sistema de procesamiento de audio con altavoces integrados, un sistema de resonadores de bajos en contacto directo con el cuerpo del usuario, cámara de vídeo o integración con el teléfono. Además, está armado con un sistema de consumo de bebidas y vapeo alimentado por cápsulas que se ajustan a unos dosificadores.

micrashell

micrashell

Lo de los estupefacientes no está contemplado en el diseño de Micrashell, generando así el eterno conflicto entre lo real y lo legal en un festival veraniego. «Lo de las drogas se vuelve un poco más complicado, pero es que la alternativa actual es quedarse en casa y hacer una fiesta por Skype, donde las únicas drogas que pegan son antidepresivos», dice el director creativo de The Production Club.

En cualquier caso, ofrece una alternativa ajustada a la realidad legal de California, lugar en el que se encuentra la sede principal del estudio. «El consumo de cannabis de manera recreacional es legal y me cuentan que hay unos cigarrillos de marihuana electrónicos que podrían funcionar en este traje. Lo que pongas en tu bebida ya es cosa tuya».

‘Érase un tal vez’ juega a imaginarse un futuro optimista tras la pandemia

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Desde que el mundo se ha detenido de golpe, nos limitamos a vivir día a día, esperando que llegue el final de lo que parece un mal sueño. Pero una pregunta flota en el aire y no todos se atreven a formularla: ¿qué pasará mañana? Nos angustia el futuro, mejor dicho, el no conocer qué nos espera. Y nos agarramos al clavo ardiendo que es imaginar un mundo mejor cuando volvamos a retomar la vida.

Érase un tal vez

Érase un tal vez es un proyecto ideado por la agencia creativa Utopicum que busca reunir a escritores e ilustradores y artistas gráficos para imaginar un futuro en positivo. «Nace para dar una visión optimista del futuro que nos espera cuando todo esto pase», confirma Víctor Izquierdo, director creativo en la agencia.

Érase un tal vez

Érase un tal vez

 

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Érase un tal vez, Venecia. Texto @pawlopez Ilustración @erregalvez #eraseuntalvez

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«Las consecuencias de lo que estamos viviendo serán múltiples en muchísimos ámbitos de nuestra vida. Esa nueva normalidad de la que todo el mundo habla y a nadie le gusta. Y la pregunta que nos hicimos fue: ¿por qué no nos gusta una nueva normalidad? Y nos contestamos que, a lo mejor, era porque nos la imaginábamos mal».

Érase un tal vez quiere ser el rayito de luz en ese futuro negro que hemos aprendido a imaginar gracias a películas y series distópicas como Mad Max, Black Mirror o El cuento de la criada. Buscaban hacer algo útil en esta crisis y pensaron que la creatividad sería una buena herramienta. Al fin y al cabo, ellos son una agencia creativa, había que demostrar el oficio. Pero no querían darle un sentido comercial a la idea. Por eso han recurrido a otros creativos: escritores y artistas.

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Érase un tal vez, Burocracia. Texto @isissuarez Ilustración @fernando.beresaluze #eraseuntalvez

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El único requisito es «que sea un texto sobre el futuro en el que hayamos aprendido algo como consecuencia de toda esta crisis, y que no tenga más de 500 palabras. A partir de ahí, también dejamos la técnica abierta, tanto para el texto como para la imagen».

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Érase un tal vez, La herencia. Texto @alfredpavia Ilustración @fabiocastro27 #eraseuntalvez

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Cuenta Víctor Izquierdo que ellos actúan como una especie de celestina entre unos y otros. «Nos parece bonito unir a artistas que no se conocen y crear pequeñas obras colaborativas sin que uno sepa del otro hasta que está publicado. Es decir, que cuando mandamos un relato, el artista que va a ilustrar no sabe quién es el autor del texto, y viceversa».

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Érase un tal vez, El invitado. Texto @victorizquierdo Fotografía @mariano_herrera_ #eraseuntalvez

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Hasta ahora han recurrido a amigos con los que ya habían colaborado en otras ocasiones, como Mariano Herrera y Raúl Gálvez. También han lanzado su propuesta a otras personas a las que admiran, como Marta Jarque, La Casa de Carlota y Sonia Sabnani. Prefieren, por el momento, no abrir la convocatoria al público en general para que no se les pueda ir de las manos. «Queremos que siga siendo un proyecto hecho con mimo y calma, para disfrutar en sorbos pequeños».

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Érase un tal vez, Matías. Texto @imdilaila Ilustración @martajarqueart #eraseuntalvez

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Las historias y las ilustraciones que las acompañan se irán subiendo a la web de Érase un tal vez y a Instagram. «La realidad es que siempre vamos a tener un futuro por delante que imaginar, y al que ponerle palabras e imágenes bonitas y optimistas», responde Izquierdo cuando le preguntamos por el futuro del proyecto cuando retomemos la vida donde la dejamos. «Quizás esto siga teniendo sentido cuando todo pase. Así que el futuro de Érase un tal vez es, y nunca mejor dicho, un tal vez».

Raúl Goñi: el diseñador gráfico que ilumina las noches de Barcelona

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Raúl Goñi quería crear una herramienta para que los ciudadanos recuperaran la calle. Pero el destino quiso que la lanzara cuando bajar a la calle estaba prohibido. Public Protest Poster, «o PPP, que se puede pronunciar mejor», es un proyecto que pretende proyectar pósters en las paredes. Pardiez.

La idea le surgió a este diseñador en una manifestación. «Yo iba por la calle y veía mensajes muy cañeros, pero mal resueltos a nivel gráfico. La gente piensa y tiene ideas interesantes, pero no tiene las herramientas para plasmarlas». Fue entonces cuando empezó a rumiar una idea hasta darle forma. Pensó en crear una aplicación para dar cuerpo a estos mensajes, usando tipografías estéticas, esquemáticas y fáciles de leer a distancia.

Raúl Goñi es diseñador gráfico, pero lo que le gusta de verdad es enseñar. Y aprender. Por eso compagina los encargos de grandes marcas (que hace desde su empresa Goñi Studio) con sus clases en Elisava, donde es profesor y alumno. Como parte del proyecto final del máster que está cursando, decidió presentar esta idea. «Y al empezar esto me pilla el confinamiento», comenta Goñi con sorna. «Entonces me digo, ‘bueno, quería conquistar los muros de la ciudad y dar voz a la gente, así que, ¿por qué no hacerlo ahora?’». Raúl Goñi se compró un proyector, pidió ayuda a Santi Grau, responsable de la parte digital de este proyecto, y se puso a trabajar.

Public Protest Poster ha llenado de luz y palabras las fachadas de Barcelona. Goñi ha ido proyectando cada noche un mensaje diferente. O varios. Hasta 40 carteles de distintos diseñadores gráficos se han llegado a proyectar al día. «La gente se lo ha tomado sorprendentemente bien», explica. «Una vecina me está haciendo las fotos, otros me felicitan o me preguntan, aunque algún vecino sí se ha quejado un poco», reconoce. En cualquier caso, la eventual molestia no dura demasiado. «No más de 20 minutos». Este carácter efímero da cierto encanto a la intervención.

Anthony Burrill, Chris Clarke, Sarah Boris, Mario Eskenazi, Patrick Thomas, Ibán Ramón, Loesje o Carles Murillo. Todos estos reconocidos diseñadores gráficos han prestado sus carteles al proyecto. «Esto me ha dado la posibilidad de conocer a gente a la que admiro», explica Raúl Goñi. «Como el director creativo de The Guardian».

En muchos casos, los interpelados no se han limitado a pasarle pósters del pasado. Han pedido hacer algunos ad hoc sobre la situación actual. «Tampoco demasiados, no quiero hablar solo del virus», añade. También intenta huir de la ilustración y otros formatos. «Aquí hay una parte de comisariado, tiene que ser un contenido muy ligado a la herramienta».

CUANDO RECUPEREMOS LAS CALLES

La herramienta será la responsable de que el proyecto pase a una segunda fase, en la que los ciudadanos tomarán la palabra y serán ellos y no famosos diseñadores quienes iluminen las noches de Barcelona con sus mensajes. La web Public Protest Poster permite a cualquiera diseñar su propio póster tipográfico en muy poco tiempo y compartirlo con la comunidad en su galería, en las redes sociales u obtener un PDF listo para imprimir para usar en espacios públicos.

Cuando se pueda. «De momento los carteles anónimos los voy a proyectar desde mi terraza», explica Goñi sobre un proyecto cuya génesis fue analógica, pero que las circunstancias han convertido en virtual. Y mundial. «Me ha contactado gente y el proyecto se está replicando en varias ciudades. Que yo sepa en Londres, México DF y Lima», confirma orgulloso.

La génesis de este proyecto nace de la pretensión de devolver las calles a los ciudadanos. «El neoliberalismo solo permite a las marcas que se expresen a través de los soportes clásicos. Si pegas un cartel te pueden denunciar», explica Goñi. Lo cierto es que en Barcelona hay un tipo de mobiliario urbano con cartelería abierto a todo el mundo, pero es difícil que un particular pueda competir con la maquinaria de una promotora de conciertos, por ejemplo. Esto, que aquí asumimos con naturalidad, asombraría en otras ciudades, como Londres, París o Berlín. Allí la cartelería está más institucionalizada y la propia administración reserva un espacio a los carteles ciudadanos.

La calle tiene que ser más que un mero lugar de tránsito, no solo las grandes empresas tienen derecho a lanzarnos sus mensajes. Hay que dar voz a las personas, a los barrios, a las ciudades. Esta era la idea de Goñi cuando la crisis del coronavirus nos hurtó la calle de una forma más dolorosa y literal de la que nadie hubiera imaginado.

Pero eso, opina el diseñador, puede darnos fuerza para recuperarla con más fuerza cuando todo esto pase. Solo basta mirar cómo las calles de nuestras ciudades se han llenado de guirnaldas y banderolas, en un movimiento tan espontáneo como repetido. Como los paseantes reivindican los espacios reservados a los coches. Como los carteles han ido proliferando en cada balcón. Public Protest Poster es una herramienta más, una herramienta para dar la voz al ciudadano. Para que cuando las calles vuelvan a ser nuestras, las llenemos de bonitos mensajes.

Necesitamos un metaverso en el que vivir y la COVID-19 está acelerando su implantación

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La ficción es una forma de embriagarse, alucinar o soñar que permite estar en dos sitios a la vez, como sostiene la filósofa Avital Ronell en Crack Wars: Literature and Addiction Mania: «El horizonte de las drogas es el mismo que el de la literatura». Puede ser Fantasía, el reino de Oz, la madriguera del Conejo Blanco o el armario ropero de Narnia.

Todos esos no-lugares tienen algo en común: nos permiten evadirnos del mundo real. Son ventanas a versiones más o menos sofisticadas del metaverso, un concepto que fue acuñado y descrito en 1992 por Neal Stephenson en su novela Snow Crash. Un espacio virtual colectivo y compartido, tejido por largas cadenas de código informático, que ha ido adoptando diversos nombres en otras obras de ficción, como ciberespacio, Matrix u Oasis.

Para diferenciarlo de un entorno online sin más, el metaverso debe cumplir con algunas reglas elementales: interactividad (puedes influir en él y comunicarte con otros usuarios), corporeidad (existes a través de un avatar) y persistencia (continuarán pasando cosas aunque nos desconectemos).

Hasta ahora, los ejemplos de metaversos funcionales han sido bastante limitados. Sin embargo, el avance de la COVID-19, causada por el coronavirus SARS-CoV-2, podría precipitar su desarrollo en menos tiempo del esperado. 

metaversos en los videojuegos

CONFINAMIENTO 1.0

La pandemia ha impuesto una serie de medidas de distanciamiento social que, en mayor o menor medida, nos ha convertido a todos en anacoretas. Muchas reuniones y viajes se han trasladado al ámbito de internet; el teletrabajo ha devenido en hábito; las diferentes plataformas de streaming han crecido extraordinariamente; los estrenos de cine empiezan a plantearse en VOD; los usuarios de las redes sociales están más activos que nunca; hay un espectacular repunte del e-commerce y el sexting ha sublimado lo venéreo. En la búsqueda de ventanas para sortear el confinamiento y viajar a otros universos, la digitalización de nuestras vidas empieza a perfilarse como el salvoconducto para vivir más, ver más, experimentar más.

 

Estamos, pues, frente a la tormenta perfecta a fin de que se desarrolle el metaverso total. Un lugar sin enfermedades zoonóticas que opere con su propia economía, su propia bolsa de trabajo, sus comercios, sus medios de consumo.

Con todo, los metaversos actuales todavía reúnen a pocos usuarios simultáneamente y, sobre todo, se centran más en la jugabilidad que en el aspecto social. Uno de los primeros ejemplos es el mundo virtual 3D There, lanzado en 1998. En 2003 llegó Second Life, donde los avatares pueden emplear la moneda virtual Linden Dollars, lo que ha propiciado casos como el de Ailin Graef, una usuaria que se hizo millonaria a partir de negocios virtuales que iban desde el diseño de moda hasta la especulación urbanística.

En 2009, Minecraft permitió profundizar en la sensación de un espacio de hechuras inabarcables, aunque solo fuera porque el usuario Kurt J. Mac se embarcó en un épico viaje hacia los límites geográficos del juego, que ha estado mostrando a través de su canal de YouTube: el 6 de marzo de 2018, justo siete años después de iniciar su travesía, había caminado 3.280 kilómetros. En Minecraft también se han representado obras de teatro, se han celebrado bodas y hasta ha habido cabida para Fachaland, una sátira política de temática franquista que incluye, entre otros, monumentos como el Valle de los Caídos.

World of Warcraft, de Blizzard Entertainment, tiene en su haber el récord Guinness por ser el videojuego de rol más popular del mundo. El oro es importante en este metaverso, así que hay gente que gana dinero real vendiendo el oro virtual que recolecta con el sudor (real/virtual) de su frente.

Recientemente, el confinamiento también ha puesto de moda Animal Crossing: New Horizons, de Nintendo Switch, y su popular mercado negro de nabos. Como muestra, un botón: cuando la jugadora Jessica Kovalick publicó los precios de los nabos de su isla, el actor Elijah Wood no dudó en hacerle una visita.

SOLO PUEDE QUEDAR UNO

Gigantes como Facebook, Google y Amazon acaparan gran parte del mercado de la atención online, al igual que los servicios de streaming como YouTube y Netflix. Y algunas de estas compañías están tratando de consolidar sus propios metaversos, como Facebook Horizon, que se encuentra en fase de pruebas. Con todo, cada una de estas plataformas requiere su propia membresía y operan en ecosistemas separados y muy poco interdependientes. 

Para que el metaverso sea tal resulta imprescindible que esté libre de diques y fronteras. Que sea un espacio global e interactivo para todos. Donde toda la economía, la creatividad, las interacciones, en suma, tengan un reflejo en todos los usuarios del planeta. Un estándar del metaverso como en su día hubo un estándar del correo electrónico (¿nos imaginamos diferentes sistemas de mensajería aislados entre sí?).

Lo más parecido a esa imagen ideal es lo que, poco a poco, y quizá un tanto inadvertidamente, está construyendo Fortnite, un videojuego del año 2017 desarrollado por Epic Games; lo que empezó siendo una isla en la que se lanzaban en paracaídas hasta cien jugadores y se mataban entre sí hasta que solo quedaba uno. Fortnite ha ido evolucionando gracias a innumerables mejoras y nuevos modos de juego, como el modo creativo, en el que el jugador puede construir su propia isla.

metaversos en los videojuegos

Progresivamente, la pujante popularidad del juego (a la que ayudó su gratuidad tipo freemium) ha ido transformando Fortnite en un lugar donde coexisten cada vez más jugadores, más marcas y más empresas, y donde jugar, finalmente, empieza a ser lo de menos. Fortnite se está convirtiendo en un lugar para vivir. Un Planet Fornite cuya moneda local son los V-Bucks o paVos.

Para ser conscientes de la complejidad de su ecosistema, en Fortnite ya han tenido lugar eventos multitudinarios en vivo, como los doce millones de personas que se conectaron para ver a Travis Scott en un concierto virtual, ofreciendo la posibilidad de interactuar con los demás y de sentir los acordes como si se estuviera a los pies de un escenario real. Fortnite también es el único lugar legal en internet donde un avatar de Hopper (Stranger Things) aprobado por Netflix puede departir con uno de Rey Skywalker (Star Wars) aprobado por Disney. Por si fuera poco, su CEO, Tim Sweeney, ya ha hecho varias declaraciones en las que pone de manifiesto su intención de convertir Fortnite en algo más que un juego. 

Fortnite dista de ser un metaverso completo, pero está recorriendo la senda para serlo. Por el camino, habrá que desarrollar la tecnología para reunir a millones de usuarios en un mismo espacio, así como una centralización de recursos en un solo servidor a fin de minimizar problemas actuales como la latencia y la velocidad. La parte positiva es que ahora hay más incentivos que nunca para que ese escenario se haga realidad. 

Una pandemia como forma de acelerar el desarrollo de otro mundo paralelo en el que se le tiene vedado el paso a la pandemia.

Otra forma de vivir, ni mejor ni peor. Porque incluso quienes insisten en desdeñar el metaverso por considerarlo poco real olvidan que ya vivimos en microcosmos: cuando, en 1994, un terremoto produjo un apagón en Los Ángeles, el cielo nocturno empezó a verse con tanta nitidez que muchas personas llamaron a los servicios de emergencias para informar de una nube plateada en el cielo. Solo era la Vía Láctea. Algo que muchos no habían visto nunca.


Cómo ser un fotógrafo de paisajes cuando no puedes salir de casa

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¿Qué hace un fotógrafo profesional, acostumbrado a patear la calle para captar sus imágenes, cuando el estado de alarma le obliga a quedarse en casa? Pues se da una vuelta por el mundo virtual de un videojuego, toma unas cuantas fotos de sus paisajes y las publica en un libro autoeditado al que titula I’m a landscape photographer.

El fotógrafo se llama Davit Ruiz y el videojuego que le ha servido para evadirse es un clásico: el Pokémon Snap para la Nintendo 64. El paisaje no le resulta especialmente interesante en su actividad profesional, pero la situación tan especial por la que atravesamos convirtió ese tipo de fotografía en algo deseable, quizá precisamente por no poder practicarse. O no, al menos, de la manera en la que suele hacerse.

Davit Ruiz

Davit Ruiz

Y ese videojuego le pareció perfecto porque obliga al jugador a convertirse en un fotógrafo que sale de safari para fotografiar pokémones. Su misión es hacer las mejores fotos posibles con el fin de completar un álbum con el que ganará puntos. «El juego tiene sus formas de puntuar y de decir qué es una buena foto», algo que a Ruiz le parecía genial y divertido «porque va de hacer la foto más obvia y centrada posible».

«Una locura», así lo define el artista. Un fotógrafo que juega a ser fotógrafo y donde no hay reglas, como en la propia fotografía. Además, dice que no encontró otro que tuviera esa estética tan característica que él identifica con la de los videojuegos clásicos: píxel gordo y la realidad tan poco real de los paisajes.

Davit Ruiz

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Primero dedicó un par de días a jugar para familiarizarse con el juego. Pudo pasear por sus mundos, ver los espacios y la posibilidad real de ejecutar el proyecto artístico que tenía en mente, «ya que no sabía si sería posible tener verdaderos entornos sin distracciones», explica el fotógrafo.

Durante sus paseos virtuales iba fotografiando paisajes y repitió varias pantallas para dejar fotos lo mejor hechas posibles y sin reencuadrar que iba metiendo en su álbum personal. «Para poder ver las fotos a pantalla completa sin iconos ni nada alrededor la única forma es esa. Y una vez ahí, recurrí a la vil y práctica arma del pantallazo», detalla Davit Ruiz.

Luego, lo normal en todo trabajo fotográfico: adaptar las imágenes a una resolución suficiente para poder imprimirlas y realizar los ajustes de arte final necesarios.

Davit Ruiz

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Ruiz fue eligiendo los paisajes que le parecían más realistas, «tomando como realista que hay fotos de volcanes en erupción», comenta con humor. «Parte de mi discurso con este proyecto es la evasión visual y sensitiva en entornos no muy realistas, pero que los identificamos como tales debido a nuestro imaginario, al menos el mío. Además, es un porfolio de paisajes que nos puede hacer preguntarnos qué es un paisaje y qué no lo es, qué es válido y qué no, y por qué».

El artista cree que muchas de las fotos que ha recogido en su libro se pueden interpretar como no lugares o como lugares de no tránsito donde la mano del hombre no ha intervenido. Y eso, afirma, «desemboca, de nuevo, en la evasión, en entregarnos a unos entornos puros, naturales y que nos invitan a pensar en aire limpio, naturaleza y disfrute sensorial, pero que sabemos que para nada lo son».

Davit Ruiz

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Sonia Díez: «Los niños merecen que cambiemos la educación»

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La crisis sanitaria ha dejado sin colegio a 1.500 millones de niños de 188 países y 60 millones de profesores. En todos ellos se ha reproducido un patrón similar: aquellos que tienen acceso a recursos tecnológicos, a profesores bien preparados y a estructuras escolares con un alto grado de autonomía muy cohesionadas en torno al bienestar del alumno están avanzando y descubriendo incluso posibles mejoras del sistema. Por el contrario, los que pertenecen a entornos privados de recursos, incluidos los tecnológicos, están sufriendo muchísimo más esta realidad, sobre todo por el aislamiento. 

La educación es la gran artífice de la equidad social. Sin ella, la brecha de desigualdad crece, y lo hace de una manera exponencial, en la medida que pasan los días y las semanas», señala Sonia Díez, experta en educación.

¿Ha afectado igual a todos los países?

Cada país actúa de forma coherente con su cultura. Países como Dinamarca han priorizado el bienestar de los niños y no solo han abierto sus escuelas, sino que lo han hecho delegando la forma de velar por su seguridad y el bienestar en la comunidad educativa. Los padres y profesores somos muy capaces de colaborar y contribuir cabalmente al bien común. Los sistemas asiáticos han buscado soluciones más orientadas al cumplimiento de los programas académicos.

A mi me gustaría ver que España sigue creyendo en la unidad familiar como el gran agente de cambio social que, junto con las instituciones educativas, saben buscar soluciones en torno al mayor bienestar del niño. El norte de Europa es mucho más disciplinado que nosotros, es cierto, pero creo que España está corriendo mucho más riesgo impidiendo a los niños ir a la escuela que depositando la confianza de seguir pautas de flexibilización del confinamiento con el apoyo de los centros educativos y las familias.

¿En qué hemos fracasado?

Deberíamos haber visto con mayor claridad las verdaderas necesidades de los niños y haber liberado el mayor potencial de los profesores y centros escolares: la posibilidad de asumir plena responsabilidad para buscar soluciones con un objetivo claro, el de no renunciar al acompañamiento de los niños hasta el final del curso. Las discusiones sobre si se cancelaba el curso, si se avanzaba materia o se daba un aprobado general solo han dejado a los profesores en una posición desconcertante con respecto a la verdadera esencia de su profesión y han supuesto una distracción del verdadero debate: ¿qué podemos aprender de esta situación? ¿Cuáles son las necesidades concretas? ¿Cómo las vamos a resolver? 

Sonia Díez

¿Qué hemos aprendido?

Hemos aprendido que sobra legislación obsoleta y faltan garantías sobre otras formas de hacer educación, como la virtual; que gran parte del éxito de los colegios depende también de sus líderes, del compromiso de los directores escolares; que la inspección educativa tiene margen para hacer cosas más importantes que controlar y que su experiencia y conocimiento de los centros puede aportar valor y equidad en procesos de inestabilidad y cambio.

Que los sindicatos tienen que abandonar las posiciones conservadoras que solo llevan a inmovilismos y empezar a proponer soluciones flexibles de trabajo; que hay todo un mundo de posibilidades tecnológicas al servicio de la educación, pero que la tecnología, sin pedagogía, ni enseña ni educa; que la escuela es, ante todo, comunidad y que se debe a ese compromiso, por encima de todo, el compromiso con el que muchos profesores se han reinventado en un tiempo récord y han dado todo lo que son capaces frente a la adversidad.

Que la seguridad no existe y que somos resistentes, somos resilientes, somos capaces… Que sabemos más, que podemos más y que no todo está dicho y hecho en educación. Hemos aprendido mucho. Ahora queda pendiente hacernos cargo de qué debemos aprender JUNTOS para que el impacto de nuestro aprendizaje llegue a todos los niños en forma de mejora educativa.

¿Ve preocupante la brecha social que puede crecer entre las familias que tienen acceso a la tecnología e información y las que no?

Mucho. Mientras en otros países creaban soluciones para llevar un punto de conexión wifi a través de autobuses escolares aparcados en cada barrio, aquí nos entreteníamos discutiendo si los exámenes tenían que ser galgos o podencos. A veces basta con hacer algo que sirva de forma inmediata. Nos sobran decretos; nos falta criterio, liderazgo y gestión inmediata. Se nos llena la boca hablando del niño, pero luego les fallamos y no contamos con ellos para tomar decisiones.

¿Cómo debería ser el nuevo sistema educativo?

Flexible, personalizado, orientado a tres tipos de aprendizajes académicos: humanos, sociales y experienciales. Un sistema centrado en el bienestar y desarrollo de las capacidades y competencias del alumno, ofreciéndole la posibilidad de descubrir cuál es su talento, su genuina diferencia y la mejor manera de ponerla al servicio del mundo en el que vive.

Un sistema en el que el profesor es un experto en el arte de acompañar y sostener, un referente, un rastreador de posibilidades… la autoridad querida y respetada. Un sistema en el que las innovaciones estén basadas en evidencias científicas y las empresas y organismos participen, colaboren y creen oportunidades.

Un sistema en el que la naturaleza sea obligatoria como lección fundamental. Un sistema en el que, por las mismas razones, la tecnología sea libre, accesible y también innegociable. Los niños merecen que cambiemos la educación con independencia de que estudien en colegios públicos, concertados o privados.

¿Qué le parece el hecho de que las asignaturas más útiles en el confinamiento hayan sido las denominadas marías: música, dibujo y gimnasia?

Me ha encantado que fuera así porque nos ha hecho ser conscientes de que aprender requiere un grado de gozo, de disfrute, que permita la asimilación del contenido. La educación se ha alejado de la felicidad y es un error. Es más, hay quien incluso piensa que disfrutar aprendiendo es una suerte de frivolidad. Nada más lejos de la realidad. El arte, la creatividad y el juego deportivo son genuinamente humanos y necesarios para el aprendizaje.

¿Están los profesores preparados para el cambio?

El tiempo dirá. Yo me apunto a pensar que no estábamos preparados para el cambio pero que seremos capaces de abrazar la adversidad como una oportunidad de mostrar nuestra lealtad a los niños y su futuro, porque las escuelas de hoy representan el mundo de mañana. Yo quiero ser parte de un mundo más sostenible, más consciente, respetuoso y comprometido con el desarrollo integral del ser humano. Creo en el posibilismo educativo. Creo que siempre estamos preparados para aprender. Eso es, en definitiva, lo que somos los educadores. Depende de nosotros. Si creemos que es posible, tendremos la posibilidad de hacerlo realidad. Si caemos en la desesperanza, jamás será posible. El momento es hoy.

Y, DE REPENTE, EL MUNDO SE PARA

Cuando hablamos de educación acabamos refiriéndonos a una parte del sistema y contando de forma aislada e inconexa lo que sucede con los profesores, los contenidos, los horarios…, cuando no de los deberes, del comedor escolar, de la evaluación o del acoso escolar. Sonia Díez considera que es un error y así nos va. «Lo tenemos tan arraigado que lo seguimos haciendo incluso ahora en tiempos de la COVID-19».

Según la docente, la educación es un organismo vivo que, como el cuerpo humano, está compuesto por sistemas con distintas funciones. El sistema esquelético-articular tiene capacidad para crear estructuras legales y dotacionales sobre las que sustentar y articular el sistema (legisladores, inspectores y los sindicatos). El sistema muscular, compuesto por los órganos encargados de dotar de movimiento y llevar las acciones educativas hasta el alumno (familias, profesores y directores escolares). Y el sistema circulatorio, cuya característica principal es la liquidez y su misión, la de dotar de oxígeno renovado y nutrientes valiosos a cada célula (investigadores –neurocientíficos, tecnólogos, psicólogos, pedagogos…–, emprendedores y empresas) .

Este organismo forma parte de un ecosistema que tiene el cometido de mantener vivo y en buen estado de salud al alumno hasta que esté en condiciones de ser autónomo.

Antes del coronavirus, el estado de salud de este sistema ya era de alta vulnerabilidad, con estructuras obsoletas diseñadas para un mundo que ya no existe, una altísima tasa de abandono y fracaso escolar, baja motivación y un clima emocional deteriorado y crispado en el que existe una obsesión por la estandarización frente a un mundo que demanda una creciente personalización de los servicios, familias poco participativas y profesores con una formación muy directiva y una carrera profesional limitante.

Y, de repente, el mundo se para… y la educación pierde los pocos anclajes que, aunque fuera de la realidad, la mantenían en pie. Desaparecen los horarios, calendarios y espacios confinados (fuera de casa), el control, la normativa, las referencias de lo que es y no es una buena educación, un buen contenido, una buena evaluación, un buen profesor… Aparecen los padres, los ordenadores, las semanas sin rutinas, sin tacto, sin tribu, sin certezas…

Por primera vez, todas las partes del sistema comprenden que pueden elegir entre rezar para que pase pronto con la esperanza de volver a la normalidad en breve, o asumir que ya no hay punto de posible retorno, que todo ha saltado por los aires y ha quedado en evidencia la fragilidad del sistema. «Si elegimos la pastilla roja, la realidad nos enfrentará al hecho de que todas las partes del sistema están débiles, perdidas y se necesitan mutuamente, pero también nos estaremos dando la enorme oportunidad de poder contribuir a un momento histórico sin igual». 

Para Díez, la inmunidad que el sistema necesita se llama EducAcción y está compuesta por el incómodo pero apasionante proceso de reinventar el futuro educativo. «El sistema articular tendrá que asumir que su rigidez solo limita y entumece al resto y que la única manera de mantenerse erguido será, precisamente, dotando de flexibilidad y empoderamiento al resto; o, dicho de otra manera, fortaleciendo y contando con el conocimiento, iniciativa y talento de las otras dos partes del sistema (familias, profesores, directores escolares, científicos, empresas, tecnólogos…). A su vez, ellos tendrán que huir de la inercia natural al quejido y victimización por parte de unos o al mero desafío disruptivo por parte de otros, para asumir su responsabilidad a la hora de aportar soluciones válidas y eficaces».

Estábamos débiles y acabamos de sufrir un grave accidente. Quienes pongan su esperanza en la evolución natural se exponen a vivir para siempre en el temor de la indefensión. «El resto estamos a punto de emprender un camino hacia lo desconocido, un camino de esfuerzo y amor a nuestra profesión y a los niños. Los EducActores somos más necesarios que nunca para el futuro de la humanidad», apostilla Sonia Díez.

Mason London: el creativo que convierte las canciones en GIF

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Cuando la música empezó a perder su forma física para pasarse al streaming, muchos se temieron que los artworks y las portadas se olvidaran por el camino. El trabajo de Mason London demuestra que no va a ser así. Algunos de sus dibujos se estampan en las portadas de los discos. Otros se convierten en GIF animados y sirven para promocionar en las redes nuevos discos y canciones.

Así lo ha hecho con artistas como Lily Allen, Fatboy Slim o Kiefer. «Funciona igual que el artwork de un álbum», explica el autor sobre estos formatos promocionales. «Te da una especie de teaser visual sobre qué puedes esperar del disco».

Joe Prytherch (que es su verdadero nombre) pasó la adolescencia  coleccionando discos. Después empezó a grabar sus propios recopilatorios, para los que acababa dibujando una portada propia. Hoy esa afición se ha convertido en trabajo. «Creo que observar el artwork de los discos mientras los pones forma parte de la experiencia», defiende el creativo, que con los años ha seguido engordando su extensa colección de vinilos.

No siempre dibuja canciones. Mason London tiene encargos para marcas como Adidas, Nike o MTV. Colaboraciones con revistas como New Yorker. Sin embargo, siempre vuelve a la música. «Hay algo maravilloso en el proceso de trabajo con un músico. Tienes que sumergirte en sus sonidos y encontrar una forma de representarlos en un medio diferente», reflexiona.

Él lo hace en colores vivos y postales detallistas. Sus animaciones captan un ambiente. Reproducen un instante que se repite una y otra vez, en un loop infinito en el que muchos querrían quedarse a vivir.

Antes de todo esto, London trabajaba en una agencia de publicidad, un lugar que critica por su método de trabajo, cuadriculado y anacrónico. «Allí la forma que tienen de fomentar tu creatividad es reservar una sala de reuniones, meter a gente dentro y obligarlos a salir con algo en una hora». Pero las cosas no funcionan así. Al menos, no para este ilustrador, que defiende los beneficios de una hábito bastante criticado en el mundo laboral: procrastinar.

«Vale, no siempre es bueno», matiza. «Igual si tengo que colorear una ilustración o hacer algo más mecánico no es lo mejor, pero para buscar ideas… La procrastinación tiene muy mala fama, pero es muy útil para el trabajo creativo. Las ideas son como intrusos que se cuelan en tu cerebro cuando estás pensando en otras cosas».

Esta creatividad contemplativa se conjuga perfectamente con el trabajo duro. Lo cierto es que Mason London ha peleado mucho por llegar donde está.

Empezó a trabajar con casas discográficas hace ocho años. «Enviaba cientos de emails a todas las productoras y músicos que conocía y les preguntaba si podía trabajar con ellos». La mayoría decían que no o simplemente no decían nada, pero alguno aceptaba. «Y cada vez que eso sucedía, me esforzaba al máximo», recuerda. Así, poco a poco, fue creando un portfolio. «Y más casas discográficas empezaron a responder a mis emails y fui construyendo esto con el paso de los años».

Así, Mason London se empezó a convertir en un nombre recurrente en la industria. Y, de paso, cumplió otro sueño: que la segunda parte de su nombre artístico solo hiciera referencia a su pasado. «Sí, soy de Londres, he vivido toda mi vida allí menos tres años de universidad», explica. «Pero me he mudado a las afueras de Uppsala, en Suecia. Ahora veo un enorme lago por la ventana trasera de mi casa y un bosque por la principal». Así es mucho más fácil procrastinar.

¿Quieres leer el ‘Gran Reseteo’ de Yorokobu? Descárgalo, gratis, aquí

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El mundo detuvo algunos de sus engranajes. Cerraron algunas puertas que impidieron que muchos objetos circularan. También la revista Yorokobu se quedó un mes en ese espacio etéreo donde se atascan los procesos inconexos y los torreznos que nadie se come.

Descargar Yorokobu en PDF

Michael Jordan hizo el comunicado de prensa más breve e impactante de la historia del deporte cuando decidió regresar a las canchas tras su primera retirada: «I’m back». Eso era todo lo que decía la nota de prensa. Nosotros también estamos de vuelta. Después de la Gran Pausa llega el Gran Reseteo.

Las dificultades han sido las que te puedes imaginar. Hemos hecho un número en el que puede que todavía haya restos de plátano de las meriendas de la chiquillada, harina de fuerza del pan que hemos hecho y los 100 lives de Instagram que hemos visto. Pero nos hemos dejado todo en este número, el 113, que puedes descargar de forma gratuita en ese botón que hemos puesto un poco más arriba. O aquí. O en la foto de Chiquito de la Calzada que ves al final del post.

Queremos dar las gracias a todas las marcas que nos han ayudado a que la revista de papel de este 113 llegue a miles de manos: WetacaLasMunsPlatanomelónWineissocialKaotikoEnrique Tomás,  We are Knitters y Brava Fabrics.

Es hora de que devuelvas al café todo lo que te inspira

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Balzac, Swift, Beethoven, Francis Bacon, Rubén Darío… La historia del arte, de la literatura y de la música ha dejado constancia de la afición al café de muchos de sus genios. De algunos de ellos conocemos al detalle sus rituales de preparación y sus dosis diarias de cafeína. En cambio, de lo que apenas se sabe es del recipiente en el que solían tomarlo.

El diseño de la taza o vaso en el que se sirve un café no es asunto baladí. Recientes investigaciones sobre percepción multisensorial aseguran que los estímulos visuales influyen en cómo percibimos el sabor de una comida o bebida. 

Kaiku Caffè Latte quiere cambiar las tornas. Convertir el café en destinatario de la inventiva de sus consumidores, tras siglos ejerciendo de acicate de la creatividad de muchos de sus incondicionales.  

En esta ocasión, la marca anima a cualquiera que tenga inquietudes creativas a que utilice los cups de sus tres variedades (Cappuccino, Espresso y Macchiato) para demostrarlo. 

Para participar solo hay que descargar la plantilla, leer el briefing y subir tu creatividad a la web del concurso. O también puedes mandar tu portfolio o muestras de tu trabajo a concurso@talenthuntersbykaikucaffelatte.com. Todo antes del 2 julio. Tres premios de 2.000 euros cada uno esperan a los ganadores.

LA BEBIDA DE LOS ARTISTAS

Algunos, como Jonathan Swift, recurrían a él para asentar ideas. «El café nos hace cabales, serios y filosóficos», llegó a decir el autor de Los viajes de Gulliver.

Beethoven no concebía su jornada de trabajo sin una madrugadora taza de café. Su preparación requería de un paso esencial: 60 granos por dosis, ni uno más ni uno menos. Él mismo se encargaba de contarlos. 

 

También había quien tenía sus propios rituales a la hora de servirlo. El de Kierkegaard consistía, según su biógrafo, en verter primero el azúcar hasta casi el borde de la taza para disfrutar después de ver cómo el café caliente disolvía aquella «pirámide blanca». 

Y como en cualquier otra faceta de la vida, hubo quien sucumbió a los excesos. Fue el caso de Balzac, quien se reconoció adicto a la estimulante bebida hasta el punto de consumir más de 50 tazas diarias. 

«Si no fuera por el café, uno no podría escribir, es decir, uno no podría vivir». El novelista francés dudaba haber podido resistir sus maratonianas sesiones de trabajo (de más de 15 horas diarias) sin tal alta dosis de cafeína.

Al escritor francés, como a muchos otros, le fascinaba el poder excitante del café (en su caso, en demasía). Una propiedad que la bebida debe a la cafeína, sustancia capaz de bloquear el receptor de la adenosina, la molécula que estimula el sueño. De ahí que su consumo sea recurrente en los casos en los que se requiere de una mente despierta y lúcida.

 

Esta es una de las razones por las que David Lynch acude con frecuencia a su cafetera (hay quien dice que llega a tomarse hasta 20 cafés al día). Para el director de cine, es su manera de «retener» las ideas en su cerebro. Tal afición por la bebida le llevó a crear su propia marca de café.

Tampoco son pocas las referencias a esta bebida en sus series y películas. ¿Quién no recuerda la famosa frase «Damn good coffee! And hot!» del agente Dale Cooper en Twin Peaks?

 

UN MOMENTO DE INSPIRACIÓN

A lo largo de la historia, la relación del café y la creatividad se ha consolidado en locales como el Quatre Cats de Barcelona, el Gijón de Madrid o La Rotonde de París. Todos estos cafés se convirtieron en epicentro del arte y la cultura de sus respectivas ciudades en determinados momentos históricos.

Fue precisamente en un café de Edimburgo donde J.K. Rowling comenzó a fraguar la exitosa saga de Harry Potter. Otro gran frecuentador de cafeterías era Gabriel García Márquez. En cada una de las ciudades en la que residió disponía de su favorita. Y su afición por el café quedó escrita en muchas de sus novelas. Cien años de soledad no fue una excepción. Los Buendía, la prolífica familia protagonista, lo preferían sin azúcar.

En cafeterías, pero también en casa, el momento café está tradicionalmente asociado a eso que algunos llaman momento ¡ahá!. Para explicar el porqué, el periodista de The Guardian Oliver Burkeman se remite a determinados estudios que demuestran que, incluso en su versión descafeinada, el café agudiza la destreza en personas que desempeñan determinadas tareas. Eso sí, siempre y cuando estas piensen que están tomando café con cafeína.

Para Burkeman, lo que viene a demostrar este efecto placebo es que no son los ingredientes de la bebida los que potencian nuestra creatividad, sino todo lo que rodea al acto de tomarse un café. Y pone como ejemplo esas pausas de media mañana, «con o sin colegas», con el café como excusa: «Puede que la cafeína no nos relaje, pero tomar café, ciertamente, lo hace».

De ahí que el momento café y la bebida en sí misma se hayan convertido para artistas y diseñadores en una inagotable fuente de inspiración

Así que da igual si eres de los que recurre al café para mantenerse despierto o para conseguir un chute extra de numen. El caso es que vuelques toda tu creatividad (provenga o no de la cafeína) en el diseño del cup de Kaiku Caffè Latte y así puedas llevarte uno de los tres premios de 2.000 euros que están en juego.

Dispones de toda la info aquí.

Vecinos cuidadores: el (re)descubrimiento de la comunidad

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No es que no existieran, es que no los veíamos. Vivíamos con prisa, encerrados en nuestras jaulas de oro que no eran más que eso, jaulas, y no teníamos tiempo de saber si arriba o al lado había alguien más con las mismas preocupaciones y las mismas alegrías. Pero llegó un virus que nos ha obligado a parar de golpe y a mirar por las ventanas, porque es la única manera de contemplar unas calles que antes pisábamos. Y ahí están ellos, los vecinos.

El confinamiento nos ha alejado físicamente de familias y amigos, y ha cambiado el papel que teníamos como personas que habitan un mismo barrio, una misma comunidad. Nos hemos convertido en vecinos cuidadores.

Cuando se declaró el estado de alarma, enseguida empezaron a aflorar por todo el país iniciativas encaminadas a ayudar a otros cuya soledad quedaba aún más manifiesta. Fue como una ola, como empiezan los aplausos en los balcones, primero un plas, luego otro, y algunos más, hasta acabar en una explosión que nos une en el agradecimiento a quienes nos cuidan no solo desde el ámbito sanitario.

Eran pequeños gestos individuales que se fueron convirtiendo en colectivos y empezaron a organizarse. En Madrid, uno de esos primeros movimientos fue Somos Tribu Vallekas, que agrupaba a voluntarios del popular barrio madrileño para llevar la compra a ancianos y personas que no podían salir de sus casas. En los informativos empezaron a abundar las escenas de vecinos que celebraban desde los patios interiores el cumpleaños de la abuelita que vivía sola o del niño que se había quedado sin fiesta y sin regalos. El calorcito para el alma es también un cuidado. Quizá menos tangible, pero igual de valioso. Y nos gustaba cómo nos hacía sentir. Estábamos descubriendo, por fin, la vida en comunidad, con todas sus amplísimas implicaciones.

vecinos cuidadores

«Desde el punto de vista de supervivencia de la especie, siempre hay una combinación de mecanismos altruistas y egoístas para garantizar la supervivencia colectiva», explica Vega Pérez-Chirinos, máster en análisis sociocultural, consultora y profesora de comunicación en la UOC, que está realizando el doctorado en el programa Cambio Social en Sociedades Contemporáneas, en la UNED.

«Cuanto más complejo es el sistema más necesidad hay de apoyarse en el altruismo para poder sobrevivir. En el caso de una amenaza tan incierta, en la que además tenemos claro que necesitamos seguir unas pautas como grupo, es perfectamente lógico que se refuerce el apoyo de grupo, sobre todo porque, además, al estar aislados, nuestra necesidad de pertenencia no está satisfecha como acostumbra».

Carteles en farmacias y mercados ofreciendo ayuda o comunicando la existencia de grupos de cuidados vecinales, avisos en redes sociales… Si bien este tipo de movimientos y puesta en marcha de ayudas ya existían (basta ver proyectos como La Escalera, el trabajo de las parroquias y las asociaciones vecinales), ahora su número ha aumentado enormemente. Nos invade una ola de solidaridad a nivel mundial que parece reconciliarnos con el género humano.

Nextdoor, una conocida aplicación que pone en contacto a personas del mismo barrio y ciudad, ha aumentado su número de usuarios un 80% a nivel global, y un 94% en España, tal y como asegura su directora de comunicación Joana Caminal. Tanto es así que han puesto en marcha nuevos grupos y sistemas de ayuda para atender necesidades que antes no eran tan significativos.

«Muchas personas jóvenes han recurrido a esta aplicación (personas muy activas en redes) desde la llegada de la COVID-19 y el confinamiento para ofrecer este tipo de actividades virtuales», explica Caminal. Habla de videollamadas para conectar a personas solas y sin recursos tecnológicos con sus familias y allegados, pero también de clases de guitarra o canto, para hacer ejercicio… En definitiva, gente que pone al servicio de su comunidad su talento. «Ahora mismo puede ser una respuesta hacer un grupo de vecinos para compartir ideas, propuestas, sugerencias, hacer deporte… Lo que hemos visto es que se han acentuado grupos que ya eran activos y se han creado otros de manera más relevante».

vecinos cuidadores

Las asociaciones vecinales también han visto cómo ha incrementado notablemente el número de voluntarios. Aunque no disponen de cifras oficiales, sí que han observado cómo las redes de ayuda han crecido en todos los distritos. Desde la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid (FRAVM), Mercedes San Ildefonso asegura que uno de los servicios que ahora se demanda más es la atención a los mayores para comprarles comida y medicamentos. Pero alertan de una necesidad que ha crecido alarmantemente en muy poco tiempo: la compra de alimentos para despensas solidarias y bancos de alimentos. «Antes ya existían en algunos barrios y distritos. Ahora son fundamentales y necesarios prácticamente en todas partes», advierte San Ildefonso.

Estas redes vecinales se organizan partiendo de asociaciones, oenegés y parroquias que ya existían, y se coordinan entre sí para no duplicar servicios. Entre todos han creado la plataforma Dinamiza Tu Cuarentena. Los voluntarios, cuenta San Ildefonso, son en su mayoría personas jóvenes, cuyo riesgo de contagio es mucho menor, y se encargan de salir a la calle y asistir a sus vecinos. Por encima de ellos, están los coordinadores, que se encargan de la burocracia y de buscar soluciones a los distintos problemas que se plantean.

¿Hemos descubierto por fin que sin la comunidad y sus cuidados no funciona el sistema? Mercedes San Ildefonso opina que «es un cambio para esta generación. La vecindad ha existido siempre. De hecho, nuestros mayores siempre han recurrido a la vecina o al vecino en caso de necesidad. Lo teníamos olvidado por el cambio de sociedad; la gente trabaja y no tiene tiempo para ocuparse ni de sus propias familias. Este parón hace reflexionar sobre muchas cosas y esta es una de ellas. Se necesita al vecino y solo nos salvamos juntándonos y ayudándonos unos a otros».

«A mí me encantaría creer que esto nos está recordando que no se puede sobrevivir si no es en común, pero, francamente, creo que un cambio de paradigma requiere mucho tiempo», opina, por el contrario, Pérez-Chirinos. «Ahora los días se nos hacen muy largos y pensamos mucho; y lo hacemos, además, con el marco de referencia muy diluido, porque no tenemos visibilidad de cómo serán las cosas ni siquiera a corto plazo. Pero me temo que en cuanto esto empiece a volver a parecernos normal, usaremos los recursos con los que contamos, las estrategias que solemos utilizar, las viejas costumbres».

vecinos cuidadores

Porque esa es la gran duda: ¿qué pasará con toda esta ola de solidaridad que estamos viviendo cuando la pandemia acabe? Pérez-Chirinos entiende esta situación actual como una especie de tregua. En primer lugar, se está haciendo mucho hincapié en esa interpelación al grupo («lo paramos unidos», «la colaboración de todos», etc.). Incluso el ritual del aplauso, dice, nos permite no solo agradecer la labor del personal sanitario, sino sentir que las personas a tu alrededor están en la misma situación que tú.

«Lo de que las circunstancias nos igualen, por así decirlo (y dentro de la enorme variedad de situaciones que hay bajo esa uniformidad aparente), hace que no veamos a quien tenemos enfrente como un competidor. En cualquier caso, los marcos de pensamiento nunca son uniformes. Dan espacio a los matices e incluso a las contradicciones».

Preferimos mirar el lado bonito, que es la solidaridad, pero no ha dejado de existir la cara opuesta. Los mensajes pidiendo a vecinos que se vayan porque por su profesión y exposición al virus pueden ser peligrosos para el resto de la comunidad son solo una muestra. «Es interesante preguntarnos también hasta qué punto el cambio es realmente significativo y estamos siendo altruistas, o es que estamos mirando más hacia esos comportamientos que ya se venían dando porque necesitamos confiar en que podemos trabajar en colectivo para sentir que podemos superar una situación que requiere la cooperación de la sociedad en su conjunto».

Pérez-Chirinos no se muestra muy optimista al pensar en el futuro. «Creo que, de lo que estamos viendo, sobrevivirá lo que ya existía, el tejido asociativo previo. Con un poco de suerte, con más recursos porque tanto las personas como las instituciones estamos recordando a la fuerza la falta que hacen, pero compitiendo con la vorágine que suele ser la vida en las circunstancias habituales».

No opina igual Mercedes San Ildefonso, que sí es más optimista al respecto. Y aunque reconoce que, con la vuelta a la normalidad, muchos de esos voluntarios y vecinos cuidadores volverán a sus rutinas laborales, cuyos horarios no les permitirán participar en este tipo de iniciativas, sí cree que todo esto va a suponer un cambio en nuestra manera de pensar. «Cambiarán las funciones porque las necesidades irán cambiando», pero esta unión y red de cuidados ha llegado para quedarse, afirma con entusiasmo. «Yo creo que de aquí tiene que salir una sensibilidad especial, es necesario. ¡Hay tantas cosas que replantearse! Hasta el tema de modelo de ciudad».

En la misma línea optimista se sitúa Joana Caminal, de Nextdoor. «Creo que esto no se va a olvidar porque nos ha servido para aprender y para entender que ahora, más que nunca, estar en comunidad es importante. No, esto no se va a olvidar fácilmente. Hemos entendido el beneficio».

¿Por qué nos obsesiona tanto ganar?

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Mucho antes de ser unas zapatillas, Nike (o Niké) fue la diosa griega de la victoria. Una señora a la que solo le gustaba ganar y que sentía, por tanto, un enorme desprecio por cualquiera que no ocupase el lugar más elevado en el pódium de los vencedores.

«Solo la victoria es bella», lamentó Thomas Coville tras lograr tan solo el tercer puesto en la regata de la Route du Rhum, una competición transatlántica en solitario, sin escalas ni asistencia, que te exige llevar al límite tu velero desde Bretaña a Guadalupe.

¿Tan cruel es la victoria que te lleva a deprimirte tras haber logrado tal hazaña? La respuesta es sí.

En la regata de la Fasnet de 1979, una terrible tormenta acabó con la vida de 19 personas. Solo 86 yates de los 303 inscritos pudieron completarla. Cuentan que cuando el barco vencedor, ostensiblemente dañado, cruzó la meta, el patrón le gritó a su tripulación: «Hemos ganado, podéis hundirlo».

La diosa Nike es implacable. Carece de compasión y nos obliga a dirigir nuestra mirada hacia el vencedor, ignorando con ello las historias, en ocasiones mucho más heroicas, de los demás participantes.

Laureles para el vencedor; ignominia y oprobio para el segundo. Según esa lógica, ganar una medalla de plata solo quiere decir que no has ganado la de oro. Y, en ocasiones, es todavía peor porque la plata ni siquiera existe.

Siguiendo con la náutica, cabe recordar la anécdota de la regata más famosa del mundo, la America’s Cup. Su nombre proviene de que, en su primera edición, en 1851, el yate vencedor fue la goleta America la que superó a todos sus rivales británicos.

Cuando la America cruzó la meta, la reina Victoria I, que presidía el evento, preguntó quién era el vencedor. Al responderle que el único yate no inglés participante, ella preguntó entonces quién era el segundo. Con gran turbación, alguien tuvo que explicarle: «Majestad, en esta regata no hay segundo».

Esta concepción de «o eres el primero o no eres nadie» viene de antiguo. Incluso de mucho antes de que la diosa Nike implantara su obsesión por el vencedor único. En las tribus primitivas, el macho alfa detentaba ya el liderazgo de forma exclusiva hasta que el aumento de población en las mismas le exigió compartir ciertos territorios de poder (el religioso, el sanitario, el narrativo) con otros individuos sin que en ningún caso ello cuestionara su dominio.

Con el tiempo, esta moda se trasladó al deporte y en él ha permanecido hasta nuestros días. Pero lo más curioso de esta devoción por el héroe solitario es que, con la llegada del consumo de masas, la cosa se ha exacerbado.

Desde el momento en que las marcas descubrieron la rentabilidad de una fijación tan antigua por el ganador, no existe ninguno que no lleve impresa, al menos, una de ellas en su camiseta al presidir el podio.

En ese sentido, la mejor historia ha sido precisamente, la de Nike. De pequeña diosa alada pasó a ser una marca de zapatillas, y de ahí, a ser el calzado con el que Michael Jordan se elevaba hasta los cielos para introducir la pelota en la canasta.

Asistir a un partido suyo en el United Center de Chicago era una experiencia casi mitológica. Por los altavoces se pronunciaban los nombres de los jugadores del Chicago Bulls conforme iban apareciendo. De repente, la música cesaba, se apagaban las luces y un solo foco apuntaba al último en entrar, mientras el locutor se limitaba a decir en tono enfervorecido: «And… ¡Michael Jordan!».

En ese momento, con un público absolutamente enloquecido, la diosa Nike sonreía desde el Olimpo, sabedora de que en realidad era ella la que había vuelto a ganar… incluso mucho antes de comenzar el partido.


Nudos: se ha escrito un crimen… en un email

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Lo primero que llega de Nudos es un email con advertencias. «Los correos te llegarán cuando los personajes puedan escribirte según las circunstancias que les rodeen. Puede que lleguen varios mails el mismo día o pasar tres o cuatro sin noticias de nadie. […] No debes pensar que esto va a durar mucho. Todo sucederá en tiempo real. En concreto, serán 20 días a partir del siguiente mail que te llegue. Ya entenderás por qué».

En ese momento comienzan las irrefrenables ganas de V. de contar sus vicisitudes. «¿De qué sirve el crimen perfecto si no lo puedes contar? Te respondo yo, sirve para consumirte en vida». Y como V. no quiere consumirse en vida, eres el elegido para erigirte en la figura de confesor de este criminal.

Su historia forma parte de Nudos, el nuevo experimento narrativo del periodista y escritor sevillano Julio Muñoz ‘Rancio’. Muñoz aprovechó la fase 0 del confinamiento para crear una trama que se entrega a los lectores vía email.

Los propios personajes de la historia se encargan de narrarla en primera persona, en tiempo real e, incluso, con algún amago de interacción con el lector. «Tenía la idea de hacer un thriller por correo postal desde hace tiempo. Cuando llegó el confinamiento, se me ocurrió que podía hacerlo desde newsletters», explica Julio Muñoz.

La necesidad respondía a las limitaciones logísticas propias del confinamiento y también a la escapada mental de la rutina que mantiene a casi cualquier teletrabajador atado a la misma silla todo el día. Nudos es el desahogo de V. al confesar su crimen y el desahogo del autor al huir del infierno de los días fotocopiados.

La serie de envíos acaba de comenzar hoy mismo. Para recibirla, hay que darse de alta en la lista de distribución y comenzar la aventura de 20 días. De hecho, si uno se da de alta con retraso a la cronología de envíos, los anteriores pueden leerse en un archivo. Se pierde, eso sí, la emoción del presente que se pudo percibir en narraciones como la de Manuel Bartual en Twitter.

El periodista, que juega a burlar la línea que separa ficción de realidad, se ha encontrado con las dificultades de las inteligencias de ceros y unos para discernir esa diferencia. «La historia sale con unos días de retraso porque el sistema de rastreo del proveedor de email pensó que los mensajes podían ser de un criminal real». Salvado el inconveniente tecnológico, Nudos es ya la historia viva de una confesión por email.

Julio Muñoz dice que si la cosa funciona, la cosa sigue. Se plantea la posibilidad de escribir nuevas historias en fascículos electrónicos. «Es un formato que te da muchas posibilidades. Puedes mandar fotos, mandar audio… Incluso en el texto de los propios mails va a haber pistas sobre lo que va a pasar. Habrá que releerlos. Tiene algo de yincana».

‘Oog, canción de cuna’: un corto de Martín Satí sobre los sueños

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Son tiempos tan extraños que no sabemos si vivimos o soñamos. Dice el ilustrador Martin Satí que entre el mundo real y el de los sueños hay un «entre», una introducción. Ahí es donde ha situado su corto animado en tono poético e intimista que ha titulado Oog, canción de cuna. «Esto es un viaje, un trayecto que va desde el contacto con el mundo hacia la interiorización de todo lo percibido. Hay un ejercicio particular de interpretar para entender todo lo que nos viene, incluso aquellas cosas que no tienen explicación».

 

Martin Satí

Martin Satí

Martin Satí

Con este proyecto, dice Satí, ha tratado de ilustrar lo que no se puede ver ni explicar. Texto, música e ilustración están trabajados como un todo, «como una forma líquida que es difícil de dar forma, animando e integrando el movimiento con el texto y la música. Todo está hecho a la vez, como una masa asalvajada y difícil que he tenido que ordenar».

Martin Satí

En el corto, el color juega también un papel importante para trasladarlos al otro lado de los sueños. «Pienso en el color como campos infinitos, como algo que se expande hacia dentro y hacia afuera de forma acelerada», explica el ilustrador. «La línea es la que modula esta expansión, la delimita y la calma. Los colores se comprimen y se expanden creando fuerzas de dinamización. La paleta de color cambia según este espacio que quiero proyectar. En Oog son espacios interiores, en un principio, que luego escapan hacia un exterior y que luego vuelven otra vez. Es un juego de idas y venidas».

Martin Satí

Martin Satí

Martin Satí

Como en un sueño, Satí da paso a una galería de «figuraciones que se diluyen». Seres, cuerpos, formas que en lugar de sentirse extrañas, se muestran cercanas. «Todo parte de una figuración clara que se confunde con el espacio», aclara el artista. No hay que fiarse del ojo para contemplar lo que nos muestra porque «es un mentiroso que se cree sus propias mentiras», asegura. «Existe la ficción, la poesía y la danza y con eso es con lo que hay que jugar». Y nos da una última recomendación: «A veces la insinuación es más eficaz y certera que cualquier imagen nítida».

Cuando la ‘coronaplaga’ nos obligó a ser ‘covihumildes’

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Las plagas son cosa del pasado, de cuando la gente no se lavaba y la ciencia no existía.

Las plagas son cosa del tercer mundo, donde no es posible mantener unos mínimos de higiene y los recursos sanitarios son escasos.

Las plagas son cosa de los chinos, que son muchos y comen animales salvajes sin pasar ningún control.

Las plagas son cosa de los italianos, que tienen una sanidad venida a menos por la crisis y, además, son muy de tocarse.

Las plagas son cosa de los viejos y los enfermos, a los que en realidad ya se los iba a llevar por delante la más mínima corriente de aire.

El cerco se fue cerrando. Estuvimos estancados en las dos primeras fases durante décadas, pero las siguientes se sucedieron en cuestión de semanas. De pronto, sin apenas tiempo a darnos cuenta de lo que pasaba, estábamos encerrados en casa, instalados aún durante unos días en la primera etapa del duelo, la de negación. Una pandemia no iba a cambiar nuestra forma y, mucho menos, nuestro ritmo– de vida. 

Trasladamos sin mucho problema nuestra obsesión con producir, producir, producir al interior de los hogares. Todo ese tiempo extra que se suponía que de pronto teníamos debía ser aprovechado. Ponte en forma, lee más, aprende un idioma, conviértete en chef. Sé mejor cuando salgas al otro lado. Todo menos pararse un momento a respirar y arriesgarse a encontrarse con el abismo desde borde del sofá.

Aferrados a intentar mantener las viejas costumbres (¡vermú en Zoom!), poco a poco tuvimos que ir entendiendo que esto es temporal, pero no tanto. Que volveremos a la normalidad, pero que será una nueva y desconocida normalidad. Y, sobre todo, que en realidad no hay nada seguro, que nadie sabe nada. A mediados de abril, la ilustradora y escritora Mari Andrew decía en un artículo en Forge (Medium) que echaba de menos una sensación que nunca iba a recuperar: la sensación de estabilidad. Que era consciente de que esa sensación había sido siempre no solo un privilegio, sino también una mera ilusión, pero que ahora no se imaginaba ya recuperándola nunca.

PRIMERA LECCIÓN: NO ÉRAMOS INMORTALES

El siglo XXI estaba instalado en una velocidad cada vez más pronunciada. La palabra sostenibilidad se puso de moda, pero eran cada vez más las voces que alertaban de que la forma de vida que llevábamos no era sostenible. El cielo lleno de aviones, lugares bellos y frágiles llenos de gente, las calles llenas de riders, las redes llenas de quejas cuando una tortilla de patatas se retrasa. Veíamos venir el desastre, pero como era ecológico y era a largo plazo, no era suficiente para cambiar conductas. 

Ni siquiera la serie Years and Years, que en 2019 pintó una distopía que empezaba en 2020 y que, de tan plausible, era terrorífica, vio venir la pandemia. Introducirla en la trama nos habría parecido demasiado inverosímil, como nos lo pareció la muy científica película de 2011 Contagio. Como nos lo está pareciendo esta trama que estamos viviendo. A finales de abril, un tuit de @BigDabi bromeaba: «A ver, la segunda temporada de Pandemia ha estado bastante bien, pero creo que colar la subtrama de Kim Jong-un en el último episodio ha sido un pelín forzado, un intento demasiado obvio de sorprender a la audiencia con un cliffhanger inesperado».

Las semanas de confinamiento tienen un segundo efecto: además de frenar la curva de contagio, permiten hacerse a la idea de que todo, de verdad, va a cambiar. Y de que, por primera vez en la vida de muchos (de casi todos), las predicciones no son más que elucubraciones. En la misma serie Years and Years, uno de sus personajes reflexionaba: «Tuvimos suerte los que nacimos en los 80; durante unos 30 años lo pasamos bien. Resulta que estábamos en una pausa». Una pausa en una historia de grandes desastres.

Y poco a poco, mientras atravesamos las etapas del duelo encerrados en casa, mientras nos enfadamos, negociamos y nos deprimimos, en la última etapa, la de la aceptación, llega la gran cura de humildad. Nos damos cuenta de que no somos inmortales –y de que tampoco lo es ningún ser querido–; vamos comprendiendo que, si bien la única esperanza son los científicos, ellos son precisamente los primeros que admiten que aún no tienen respuesta ni tratamiento infalible ni vacuna, y nos invade esa sensación de pérdida de un suelo bajo los pies. Un suelo que, en realidad, nunca habíamos tenido. 

Buscamos consuelo, empatía y respuestas precisamente en todos esos lugares que antes despreciamos: el pasado, el mal llamado tercer mundo, China, Italia, los mayores y los enfermos.

SEGUNDA LECCIÓN: NO SOMOS ESENCIALES

Es paradójico que, en este comienzo de la tercera década del siglo XXI, tan seguros como estábamos de la ciencia y la tecnología para salvarnos de cualquier cosa (y, sí, serán ellas quienes lo hagan), haya habido que recurrir a los mismos métodos con los que ya se combatían las epidemias hace siglos: el aislamiento de los enfermos y el confinamiento. 

Posiblemente haya algún Shakespeare que estas semanas esté escribiendo su Rey Lear, pero la mayoría hemos parado. Nos limitamos a intentar sobrevivir y mantenernos cuerdos, sanos y a salvo (ese stay safe y stay healthy que repiten estos días los angloparlantes). Nos sacamos de en medio y le damos al pause a nuestras vidas para dar tiempo a los científicos e investigadores –ellos a una velocidad similar al fast forward– a dar con la solución a las covincógnitas: por qué a algunos pacientes los mata, cuánto dura la inmunidad, qué tratamiento es más efectivo. Y, por supuesto, la vacuna. Seguramente se convierta en la vacuna más rápida de la historia, pero, acostumbrados a exigir y obtener lo instantáneo, la espera se nos hace eterna.

Desde casa, teletrabajando o no, llega otro aprendizaje: los esenciales son otros. Y, más allá de los médicos, que aunque llevan mucho tiempo precarizados todavía contaban con cierto estatus social, los esenciales son los trabajadores a los que en épocas prepandémicas mucha gente miraba un poco por encima del hombro. Acabar de cajera de supermercado, de limpiadora o cuidadora (todo en femenino, porque son la mayoría), de personal sanitario que no lleva el prefijo doctor delante, era de todo menos prestigioso. Los sueldos reflejaban (reflejan) ese lugar en la base de la pirámide social, obviando que sin base no hay pirámide.

Por otro lado, el éxodo que se vio en los primeros días de gente de la ciudad que se fue a sus segundas residencias en la costa o en el campo dio otra de las bofetadas de la pandemia. Quizá la vida urbanita no era, después de todo, la mejor. Son las personas que eligieron vivir en el campo, las que durante años escucharon a otros decirles que cómo pueden vivir ahí si no hay nada, las que son la envidia del resto. Resulta, descubren ahora muchos habitantes de ciudad por elección, que es en el campo donde está lo esencial: el aire libre, la naturaleza, el espacio.

TERCERA LECCIÓN: CAMBIAREMOS, PERO NO SABEMOS CÓMO

La gripe de 1918, que se calcula que mató a entre el 2% y el 5% de la población mundial (más que las dos guerras mundiales juntas), fue olvidada durante muchos años. La periodista Laura Spinney, en su libro Pale Rider: The Spanish Flu of 1918 and How It Changed The World, dice que la pandemia durante décadas fue recordada de forma personal y no colectiva, «no como un desastre histórico, sino como millones de tragedias privadas y discretas». 

Tuvo, eso sí, muchos efectos (y no todos positivos), entre ellos el de impulsar las políticas de sanidad pública en muchos países, ayudar a poner fin a la Primera Guerra Mundial, encender la mecha del movimiento de independencia en la India o poner las bases para el apartheid en Sudáfrica.

Intentar adivinar qué sacaremos de todo esto, que sí se recordará como algo histórico y no simplemente personal, es algo precipitado. ¿Servirá para acabar para siempre con los recortes en sanidad? ¿Para que los trabajadores esenciales cobren de acuerdo con su esencialidad? ¿Para que dejemos de creer que nuestras acciones no tienen consecuencias que pueden ser globales? ¿Para tomarnos de una vez en serio la crisis climática? ¿Para creer a los científicos cuando coinciden en algo?

La cura de humildad definitiva se dará si no olvidamos que los expertos eran los que admitían su ignorancia, mientras el rey de las certezas, Donald Trump, proponía investigar como cura para el coronavirus la inyección de desinfectante.

Sheila Blanco: «La asignatura de música es una maría por la misma razón que la de músico es una profesión de dudoso prestigio»

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Suena la Badinerie de la Suite Nº 2 para Orquesta de Bach, mientras Sheila Blanco canta la biografía del músico alemán. En el algo menos del minuto y medio que dura la melodía, la cantante, compositora y periodista resume la vida y menciona algunas de las obras de la prolífica carrera del genial Johan Sebastian. La concisión es una de las claves de sus bioclassics. Lo adictivas que resultan es otra.

La pieza sobre Bach la estrenó en el programa La Ventana de la Cadena SER, en el que Sheila Blanco colabora. Al subirla a sus perfiles de redes sociales se convirtió en viral. Luego llegaron Mozart, Wagner, Debussy,  Beethoven o Brahms, músicos a los que Blanco también ha versionado cantando sus propias biografías.

 

 

Con tus biografías cantadas has descubierto a mucha gente, además de la vida de los autores, el nombre de ciertas sinfonías que todos conocemos, pero que no todo el mundo es capaz de identificar por su nombre. ¿Consideras que la culturilla general respecto a la música clásica es baja en nuestro país?

Sí, en general sí, aunque depende del país con que nos comparemos.

Y ¿cuál crees que el motivo?

La educación y la divulgación de la música clásica en los últimos 80 años en España, que creo que ha sido insuficiente y con un sistema muy anticuado, poco motivador y demasiado dirigido a colectivos elitistas.

 

Existen numerosas teorías sobre los beneficios que la música aporta a nuestros cerebros y, sin embargo, nunca se la ha tomado realmente en serio en los planes de estudio.  ¿Por qué crees que la asignatura de música ha sido tradicionalmente una maría?

La música es mágica, y sí, totalmente curativa y transformadora para el ser humano. Lo compruebo a diario en mí misma y en la gente de mi alrededor.

Creo que la música ha sido y sigue siendo una maría por la misma razón por la que ser músico en este país es una profesión de dudoso prestigio, de dudosa formación.

Falta educación, tradición en este sentido, valoración por parte del Estado, más cuidado a su convenio, una buena gestión. En definitiva, creo que falta cultura respecto a ella.

Volviendo a tus biografías cantadas, ¿cuál te ha resultado más difícil de componer ?

De los seis bioclassics que llevo hasta ahora el más difícil ha sido el de Wagner porque no tenía mucha melodía. Vamos, no tenía suficiente espacio para poder meter toda la información que deseaba. Tuve que resumir mucho y dejarlo en la mínima expresión.

Para los niños, pero también para los mayores, las bioclassics suponen una divertidísima forma de conocer a un artista e interesarse más por sus obras. ¿Te has planteado llevar más allá el potencial educativo de tus canciones?

Me lo estoy planteando cada vez más por el feedback apabullante que estoy recibiendo de profesores de conservatorio, de universidad, de las escuelas, de los padres e incluso de varias instituciones y medios de comunicación. Está siendo muy bonito y gratificante.

 

Has puesto música a las creaciones de algunas poetas de la Generación del 27. ¿Consideras que la música es también un gran altavoz de la poesía?

Totalmente. La música también tiene eso, vuelve todavía más accesible la literatura, la poesía. Yo, siendo música, tuve claro que mi manera de poder aportar a esta cuestión de justicia histórica era a través de la música, de la musicalización de los poemas.

Durante este confinamiento han sido numerosos los directos y las actuaciones de músicos, incluso orquestas y bandas en redes sociales. ¿Crees que la cuarentena ha corroborado el poder terapéutico de la música?

Sin duda alguna. La música alivia, relaja, cura: escucharla o cantar una canción, tocar un instrumento, silbar una melodía, bailarla… No podríamos pasar sin ella, por eso deberíamos cuidarla como el bien de primera necesidad que es.

Jorge Tabanera: «En tus errores va creciendo tu estilo creativo»

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Cuando empezamos a escribir en el colegio, primero aprendemos a hacerlo a lápiz y cuando el profesor ha comprobado en nosotros cierta maestría en su manejo, nos pasan a la siguiente y definitiva fase: el boli. Se trata de evitar errores, de hacer que nuestra caligrafía sea casi perfecta para cuando llegue el momento de dejar impresa nuestra huella en el mundo.

Pero ¿cómo sería nuestro proceso de aprendizaje si nos hubieran permitido desde el principio usar el boli y dejar rastro de nuestros errores por el camino?

Jorge Tabanera Gatotonto

El ilustrador Jorge Tabanera, más conocido como Gatotonto, aboga por el error, por no borrar, por aprender de los fallos. En su opinión, la equivocación es la base del aprendizaje. «En esos errores, al menos en la ilustración, va creciendo tu estilo, tu concepto, todo. Y el tenerlos guardados en un sitio te permite viajar hacia atrás en el tiempo, volver a visitar años y etapas anteriores y descubrir cosas que habías dejado atrás o experimentos que no salieron y a los que vuelves a intentar dar un sentido».

Jorge Tabanera Gatotonto

Jorge Tabanera Gatotonto

El lugar donde Tabanera guarda esos errores como un tesoro son sus cuadernos de bocetos, 15 ya en 12 años, a los que llama Cuadernos del infierno. Pasaron de ser el lugar donde se mezclaban las notas de trabajo, los briefings del cliente (Gatotonto, además de ilustrador y profesor en IED, trabajan en publicidad), y sus dibujos, a una herramienta que le permite crecer como ilustrador. Poco a poco los fue separando de lo laboral y los convirtió en un espacio creativo propio, sistematizado y con unas reglas.

Jorge Tabanera Gatotonto

La primera, que no hay que darle valor hacia afuera, es decir, que es algo que vale solo para ti, no es un objeto artístico, no es algo que tengas que compartir, sino que es algo tuyo. «Le damos mucho valor a las cosas que creamos con las manos y eso nos bloquea mucho a la hora de crear. Perderle el miedo a eso te hace que seas libre para romperlo, tacharlo, repintar encima. En resumen, se trata de afrontar el cuaderno de bocetos no como una obra artística, sino como una diversión».

La segunda regla es cambiar de técnica en cada uno de esos cuadernos, obligarse a probar otras formas de hacer las cosas. Solo así se pueden descubrir caminos nuevos.

Y la tercera y fundamental: prohibido borrar. «Creo que está bien que el error deje rastro, que deje huellas constantemente. Al final, es un camino que puedes recorrer hacia atrás y por eso está bien que vayas dejando migas».

Jorge Tabanera Gatotonto

Gatotonto

A Tabanera ese rastro, esos errores, le aportan libertad. «Me siento seguro viendo todo el proceso anterior, es un camino que tengo ya recorrido». Además, le ayuda a perder el miedo, «porque el miedo te bloquea de una manera tremenda», sobre todo al papel en blanco. En sus Cuadernos del infierno, como en cualquier otro cuaderno de bocetos, ese miedo desaparece.

Jorge Tabanera Gatotonto

«Ahí me obligo a ser yo mismo», afirma con rotundidad. «Si no tengo una idea, con pintar, con seguir o incluso con sentarme a mirar lo que había hecho para tratar de entender por qué estaba haciendo eso hace dos años o tres está, basta. Además, están numerados y puedo ir viendo mi propia evolución: en un cruce de caminos, cuál escogí, cuál abandoné… Y, a veces, puedes volver a andar hacia atrás y seguir por otro sitio».

Gatotonto

Poder mirar atrás y ver cuál ha sido el camino recorrido es fundamental para encontrar un estilo propio, opina Gatotonto. «Creo que un estilo se consolida –y lo consigues– con la repetición. De hecho, creo que el estilo de una persona que se dedica a la plástica, a la ilustración, a la pintura, a la escultura… suele ser una colección de accidentes que haces tuyos». Y ese feedback es mucho más grande si se obtiene a través del dibujo analógico, del lápiz, del boli o del pincel y el papel.

Gatotonto

Gatotonto

«Al final, eso empieza a acumularse; empiezas a ver si tu línea es siempre del 0,3 o prefieres una línea de pincel que va cambiando con el dibujo; y eso solo lo puedes hacer con el lápiz. Yo siempre digo que me saco la idea que tengo en la cabeza a martillazos con el lápiz. Tú no sabes que estaba ahí, y lo vas viendo, te lo va mostrando el cuaderno. Y cuantas más veces lo hagas, mejor, porque te vas depurando y depurando, y te vas quedando con las cositas con las que te reconoces», explica Gatotonto. «Al final son como tu tono de voz y este es un sitio donde la sacas, donde te escuchas a ti mismo. Son cosas muy pequeñas que yo he visto. Dibujando con boli o directamente con un pincel, te encuentras a ti».

Por eso él ha preferido dejar de lado las enseñanzas que recibió cuando estudió Bellas Artes. «Me he dado cuenta de que toda la educación se ha basado en el acierto: el ejercicio de fotografía perfecta, el dibujo perfecto… Y eso te puede llevar a muchos aciertos, sí, pero si su misión era desatarnos la creatividad, ha habido una parte que nos la han llevado muy atada. Nos han dirigido mucho. No se ha valorado la capacidad de liberarse de nadie. Y no te digo nada trabajando en publicidad: ahí hay cero espacio, no puedes; el mercado no quiere experimentos».

Esa es la razón por la que, aunque se confiesa un enamorado de lo digital, el ilustrador anima a optar por el dibujo analógico para crear estos cuadernos de bocetos: «porque no hay CTRL-Z. Al final, saber que un paso que das lo puedes desandar automáticamente hace que tu cabeza se acomode y no seas valiente para sacar lo que estabas pensando». Es como andar por la nieve, explica Gatotonto, porque puedes ver los pasos que has dado. «Ver dónde te has equivocado, dónde has hecho mal una proporción, a mí me enseña».

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