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Glosario de miserias periodísticas: diez nuevos géneros para una crisis permanente

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El periodismo lleva en crisis toda la vida. De hecho, se diría que solo existe si está en crisis. Es como un poeta o un cantautor, que necesita estar triste para poder escribir. Un periodismo boyante, sin presiones, sin condiciones duras parece que no es periodismo para algunos. Necesita de crítica, de amargura, se diría.

Una redacción, de hecho, es el ambiente laboral más hostil que existe. Sonará tópico, pero si hubiera estadísticas de rupturas sentimentales, alcoholismo y vida atormentada, las redacciones de toda la vida se llevarían la palma. Cuando las conoces por dentro casi se diría que cuanto peor carácter, más posibilidades de medrar. Ejemplos hay a paladas –y, claro, también algunas honrosas excepciones–.

Pero más allá de la crisis sistémica, el periodismo tiene su propia crisis estructural. La económica y la de credibilidad, básicamente, relacionadas hasta el tuétano. Llegó lo digital y la industria no reaccionó, lo que generó una hemorragia en forma lectores –preferentemente jóvenes– perdidos.

Clickbait y otras malas prácticas periodísticas

Dieron el salto a lo digital y regalaron su contenido para competir con los que les habían comido la tostada por incomparecencia –buscadores, redes sociales, blogs, influencers–. Se cerró el grifo de los anunciantes. Se acabó lo de las grandes empresas de medios con estructuras de costes brutales.

Toda esa crisis –esta de negocio– ha provocado una década de estragos. Experimentos fallidos, cierres, despidos… y cosas peores. Para lograr audiencia se han degradado los productos y corrompido las prácticas hasta el punto en que el fact-checking se ha convertido en una meritoria moda, cuando se supone que debería ser el primer paso antes de redactar siquiera la primera línea de cada maldito contenido periodístico.

Por resumir, se podrían describir diez grandes males –habría muchos más–que han azotado al gremio y sus modos de proceder. Este es un glosario de miserias y tropelías cometidas a cambio de tu atención. Todo vale para ganar audiencia.

Periolistas. Dícese de los periodistas que hacen listas. Como un servidor en este artículo. ‘Diez cosas que…’. ‘Doce ideas para…’.’Cinco ocasiones en las que…’. La estructura siempre es la misma. Se supone que el periodismo es conciso y comparte claves para explicar realidades complejas, y las listas en sí mismas no tienen nada malo como recurso.

El problema, como todo, es el abuso: hacer periodismo de listas como único formato, como manera de escatimar las historias y la profundidad. Sin narrativa, sin protagonistas, sin alma. El periolismo ha plagado los medios.

Clickbait y otras malas prácticas periodísticas

Periodismo de gatos. Dícese de escribir de aquello que sabes que va a interesar a pesar de que tenga nulo interés informativo. De nuevo, no tendría nada de malo… si no fuera porque se publica en un medio de comunicación. Y por tanto –se supone– debería ser noticioso. Se usa el caso de los gatos porque, junto a los bebés o al sexo, siempre funcionan en un titular. Es la comida rápida en versión informativa.

Calumnismo. Dícese de criar troles y alojarlos en tus columnas. El género de opinión, en sí mismo, es algo propio de otra época: interesa sobre todo a lectores necesitados de que sus referentes morales o políticos le digan qué pensar sobre determinadas cuestiones, o le ayuden a reforzar su postura o sus argumentos para debatir con contrarios.

La opinión en sí no tendría nada de malo si fuera plural, diversa y representativa, pero por norma general todos los medios tienen columnistas y opinadores que comparten un único punto de vista –que curiosamente encaja con la línea editorial del medio–.

Si además trabajas con quienes más que opinadores son polemistas, la audiencia está asegurada a pesar de que cada cierto tiempo lluevan demandas por difamación o calumnias.

Trolls y otras malas prácticas periodísticas

Tontolares. El término lo acuñó el gran JR Mora, que empezó a recopilar casos –sobre todo en redes sociales– de malas prácticas y titulares risibles. Dícese de titulares absurdos, ridículos o vacíos. Hay medios más y menos expertos en este arte, pero algunos de los que últimamente presumen de ir liderando la audiencia lo han logrado en gran medida con contenido de este tipo. El profesor Miguel Ángel Jimeno es un experto cazando tontolares y exhibiéndolos en su Twitter.

Periodismo forense. Dícese del periodismo de vísceras. No es que sea un género nuevo, pero sí podría decirse que ha logrado una segunda juventud en estos tiempos.

No solo hay programas de televisión centrados en hacer reporterismo de vísceras y sensacionalista, a veces incluso cámara oculta en ristre, sino también medios enteros centrados –supuestamente– en reportajes sociales, pero que tratan en la mayoría de ocasiones de manías editoriales, la España más negra o supuestas exclusivas basadas en el morbo. Como el periodismo del corazón, pero sobre sucesos o personas que sí hacen cosas.

Twitcendiarios. Dícese de supuestas noticias basadas en cosas que hace gente famosa, pero que no son relevantes. Hubo una precuela del género, que fue el arde interne, que ha dado paso a algo más intenso, como es el incendia las redes.

Siempre está todo en llamas, o eso quieren hacer parecer. En esencia consiste en robar contenido de redes sociales que está siendo viral. Es decir, algo de lo que ya está hablando todo el mundo. Algo que entonces no es de interés, vaya.

Fact-checking y otras malas prácticas periodísticas

Infoxicadores. En línea con lo anterior, aquellos responsables de redacción que encaminan al equipo a la sobreproducción de contenido. La lógica es clara: en los medios tradicionales siempre hay limitación de tiempo –en radio o televisión– o espacio –en prensa y revistas–, pero en los medios digitales no. Y como pueden meter contenido sin fin, lo hacen.

A más balas disparadas, más posibilidades de cazar algo, consideran. Así que en lugar de producir un número limitado de contenidos cuidados y enfocados, se opta por un modelo de producción industrial e indiscriminado, multiplicando piezas irrelevantes, sin profundidad y en muchos casos con apenas unos párrafos incluso copiados.

Fakers (que no ‘fuckers’). Dícese de quienes usan las plataformas digitales para difundir bulos, rumores y mentiras interesadas, normalmente respondiendo a cuestiones económicas o ideológicas –o ambas–.

No es que la información falsa sea algo nuevo, igual que tampoco lo es el fact-checking, pero es verdad que quienes hacen estas cosas han encontrado un filón en las redes sociales y las aplicaciones de mensajería. Por suerte –no todo iba a ser compartir enlaces de malas prácticas–, cada supervillano tiene su kriptonita.

Clickbait. Dícese de titulares con gancho que prometen algo que no cumplen, algo de lo que ya hablamos por aquí. Podría decirse que los titulares son un resumen del contenido, una jerarquización de lo más relevante y una promesa de que encontrarás en el contenido lo que se anuncia el titular.

El clickbait, por tanto, consiste en romper dicha promesa vendiendo algo espectacular que en realidad no existe –eso sí, el clic ya lo has hecho–.

Por cierto, el titular de este artículo decía que había diez términos y hay nueve. Picaste.

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Cibeles de Cine, así se refunda el ritual de ver peliculones en pantalla grande

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En el ciclo Cibeles de Cine puede verse y comprobarse cómo el séptimo arte te hace viajar a otro mundo. Ocurre gracias a un efecto que nace de una carencia convertida en virtud.

El espacio que alberga los eventos, es la Galería de Cristal de CentroCentro, «es espectacular pero la acústica no es buena y se amortigua la carencia usando cascos inalámbricos, lo cual se ha convertido en una seña de identidad», explica Jesús Mateos, responsable de mk2 Sunset Cinema, empresa organizadora del ciclo cinematográfico más multitudinario de la capital: el año pasado se vendieron más de 33.000 entradas.

Espectacular: altísimos techos de cristal desde los que se derrama luz natural hacia los relieves de los muros blancos y las ventanas enrejadas. Las películas respetan el ritmo del día, se proyectan a partir de las 22 h, cuando la noche ofrece una penumbra propicia.

Pero en esa inmensidad, como dice Mateos, el sonido se fuga. El uso de cascos hace que quienes están frente a la pantalla, repartidos en 700 butacas, no escuchen nada que no tenga que ver con la película.

Entonces se cosecha la magia. «Las vibraciones que hay en este cine son alucinantes. Los que estamos fuera [en el recinto pero sin ver el film], nos percatamos mucho de sus emociones, es impresionante ver a la gente cómo vibra con algunas pelis: ríen, lloran, aplauden a mitad. Esto acaba convirtiéndose en una fiesta».

centro centro

El efecto es más intenso que si abriéramos unos centímetros la puerta de una sala de cine y asomáramos la oreja para captar las reacciones del público mezcladas con el sonido de la proyección. En Cibeles de Cine, coinciden dos mundos simultáneos pero aislados uno de otro: el de la película que ocurre dentro de los auriculares y el de la emoción de los espectadores. Se repetirá así cada noche hasta el 12 de septiembre.

Toda esta emoción sería imposible sin una cuidada selección de cintas: «La programación es nuestro sello de identidad. Son películas principalmente en versión original. Hay un gusto cinéfilo importante. Fuimos los primeros en combinar, en un cine de verano, filmes clásicos y de culto. Ahora se ve más a menudo», asegura Mateos.

PROGRAMACIÓN DE CLÁSICOS, CINE DE CULTO Y CINTAS OSCARIZADAS

Clásicos: Con faldas y a lo loco, El apartamento, Cantando bajo la lluvia, Desayuno con diamantes, Pulp Fiction, Cinema Paradiso, «películas que no te cansas de ver y que tienen un séquito de fans enorme». Nacionales como Dolor y gloria, Todos lo saben. Internacionales: Girl, Cold War, Dogman, La caída del imperio americano, o las oscarizadas más recientes: Green Book, Ha nacido una estrella, Bohemian Rhapsody… Además esta edición rendirá un tributo al estudio hollywoodiense 20 Century Fox con Cleopatra‘, Eva al desnudo, Dos hombres y un destino, Patton, Sonrisas y lágrimas, o Alien: el octavo pasajero.

cibeles de cine

«ES MÁS UN FESTIVAL QUE UN CINE DE VERANO»

Este ciclo contempla el cine como fiesta, como vivencia en que el visionado del largometraje es solo una parte. «Buscamos una experiencia colectiva, por eso animamos a todo el mundo a venir a las 20 h aunque la proyección es a las 22 h. Intentamos que sea un punto de ocio para compartir, para crear comunidad con gente que importa», apunta Mateos.

El cine nació como esparcimiento, como un arte de inmersión: uno se dejaba la rutina en la puerta del cine y la recogía al salir.

Las innovaciones tecnológicas, poco a poco, han facilitado el acceso a películas y series. La gente consume cine en cualquier momento, incluso mientras va a trabajar en metro, con un ojo en la historia y otro en no pasarse la parada. Sin duda, es un avance, pero lo fácil engendra pereza; hemos ido dejando de lado el ritual de asistir a las salas y se nos ha olvidado lo mucho que se disfruta.

cibeles de cine

Cibeles de Cine ha reivindicado ese ritual desde hace seis años: «Que la gente sienta que viene a una celebración». Allí se va con los amigos para calentar antes de la peli: tomar cañas, bagels, baguetines, perritos calientes, pizzas, humus, tabule… «Que sea más un festival que un cine de verano». En una ciudad que no organiza grandes festivales como Sitges o San Sebastián, Cibeles de Cine es el gran acontecimiento local del séptimo arte.

DIRECTORES Y ACTORES CONTANDO ANÉCODTAS DE SUS PELÍCULAS

Organizan talleres y eventos relacionados con las cintas que se proyectan. «Hemos llegado a hacer talleres de alfarería con la película Ghost; de bailes de diferentes estilos con Dirty Dancing o Grease; talleres de guion, coloquios de cine y moda relacionados con Desayuno con diamantes; o cócteles rusos blancos, como los que toma el protagonista de El gran Levowski».

La programación incluye visitas de grandes talentos que conversarán con el público. Para Carmen y Lola, el 2 de julio, asisten la directora Arantxa Echevarría (Goya a mejor directora novel), la actriz Zaira Romero y el actor Moreno Borja. Para Quién te cantará, el 16 de julio, Eva Llorach (Goya a mejor actriz revelación). O para El Reino, el 10 de julio, Rodrigo Sorogoyen (Goya a mejor director y guion, junto a Isabel Peña).

ayuntamiento madrid

almodóvar fotogramas

«Primero presentamos la película, cuentan anécdotas, y luego, tras la proyección, hacemos una entrevista, desgranamos la peli y los espectadores les lanzan muchas preguntas», explica Mateos.

LOS CARTELES DE FLORE MAQUIN

La apuesta por envolver el cine de estímulos y aprendizaje es también aérea. Sobrevuelan Centro Centro los carteles pop de la ilustradora Flore Maquin, que diseñó el póster del Festival de Cannes 2018. Maquin revisita Eduardo Manostijeras, Mars Attack, Regreso al futuro, El club de la lucha

Lo hace desde una concepción del póster de cine como primera parada del viaje del público. «Desvelan lo esencial, lo justo para que surjan las ganas de ir a verla; el cartel hará que el espectador llegue a la sala o no. Algunos se convierten en objetos de arte, cada vez más personas quieren comprarlos», explica la artista. «Los carteles deben dar pistas sobre la historia de la película y eso es un reto cuando solo se trabaja con retratos», puntualiza.

flore maquin cannes

carteles de cine

Bajo la obra de Maquin, una exposición de atrezo crea un espacio de excepción que también predispone al viaje: son piezas que aparecieron en grandes películas. Hay, por ejemplo, unas sillas de cuero y madera de Conan el Bárbaro.

Esas piezas son el recuerdo de que, sin la participación española, muchas películas emblemáticas no habrían sido como son.

Jesús Mateos, responsable de este ciclo, heredó su pasión por el cine. Pertenece a la estirpe de Atrezzos Mateos, una empresa casi centenaria que fundó su bisabuelo y que aportó mobiliario, escudos, espadas y todo tipo de instrumental para superproducciones de Hollywood como Lawrence de Arabia, Gladiator, Indiana Jones y la última cruzada

atrezzos mateos

cibeles de cine

El origen de la conexión con Hollywood arraiga en la época en que las productoras rodaban en España, la era de los westerns en el desierto de Almería. Hubo familias españolas que se prosperaron en el mundillo. Vestuarios Cornejo, por ejemplo, ha vestido a los personajes Juego de Tronos, apunta Mateos.

«El cine español es hoy lo que es porque vinieron los americanos y formaron a todo una generación de técnicos al mayor nivel, y pasó de padres a hijos. De los hijos de mi bisabuelo solo queda Julian Mateos, mi tío, que tiene 90 años y va a trabajar todos los días».

Hasta el 12 de septiembre, Cibeles de Cine será el espacio para rendir pleitesía, cerveza en mano, a todos estos talentos clásicos y actuales.

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Retrata2: cómics que hablan bien clarito sobre drogas y patología dual

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Cuando la llamaron por teléfono, Anastasia Bengoechea tuvo las cosas muy claras. Esta ilustradora barcelonesa, más conocida como Monstruo Espagueti, tiene un estilo que ella define como «directo», tanto en su trazo como en su mensaje. Por eso, cuando le propusieron realizar una serie de tres cómics retratando la patología dual ella entendió que no quería hacer «la típica campaña de “di no a las drogas, las drogas mal, las drogas son caca” porque es vivir en el dogma y que no es efectivo».

En su lugar, Bengoechea apostó por contar historias desde la empatía, con un componente más pragmático y explicativo. Su idea casaba perfectamente con la que tenía quien estaba al otro lado del teléfono.

La Fundación Patología Dual lleva años luchando por cambiar el relato que hemos construido en torno a las adicciones. Su aproximación parte de la idea de que no se puede entender la adicción como un problema aislado. «Más del 70% de los pacientes que consultan por un trastorno por uso de sustancias presenta otro trastorno psicopatológico», explican en su página web. «Aproximadamente el 55% de los adultos con consumo de sustancias presentará un diagnóstico psiquiátrico dentro de los 15 años posteriores». Monstruo Espagueti desconocía estos datos y pensó que no era la única: le pareció, pues, que el proyecto merecía la pena.

De hecho, confiesa que ha aprendido muchas cosas en el proceso de creación de esta campaña, financiada por el Plan Nacional sobre Drogas. Empezó aprendiendo antes incluso de hacer un solo dibujo: «Tuvimos una reunión con los psiquiatras para ver cómo eran los perfiles más comunes, hicimos un guion muy cortito explicando cómo sería la historia de cada uno de los personajes», explica. Fue entonces, con los perfiles interiorizados, empezó a dibujar y a introducir su sello. «He podido aportar mi visión en las historias, en el lenguaje y en el enfoque», reconoce.

Fer tiene 16 años, es adicto a los porros y ha empezado a desarrollar una psicosis. Sara tiene 36 años, es ligeramente obesa y tiene una relación compulsiva con la comida y con las compras por internet. Consume tabaco, porros y cocaína. Pablo tiene 37 años, es inseguro y depresivo. Empieza por abusar del alcohol y termina consumiendo heroína.

Estas son las tres principales historias de la campaña (que se complementan con otros dos perfiles secundarios). Cada una de ellas se ha adaptado al formato cómic y se ha viralizado a través de slides de Instagram. Es un formato directo, que desarrolla tramas complejas y sensibles en apenas ocho viñetas.

El estilo, aniñado y esquemático, llama la atención al estar retratando un tema tan duro. «Lo he ido definiendo con los años», explica la ilustradora, acostumbrada a conjugar esta dicotomía entre lo infantil en las formas y adulto en el fondo. «Hice un libro hablando de la adopción y acogida y ahí fui ya adoptando este estilo».

Otra de las novedades de esta campaña es que no se dirige de forma exclusiva a los consumidores, sino a quienes les rodean, lanzando casi más mensajes y consejos a estos últimos. «Hace mucho hincapié en el tema de ser comprensivo, en que no se puede dar la espalda ni culpabilizar porque la cosa es un poco más compleja».

Monstruo Espagueti lleva siendo viral desde los albores de esta palabra. Está acostumbrada a los corazones virtuales y las alabanzas de pajaritos azules, pero reconoce que la respuesta ante esta campaña le ha sorprendido. «No me imaginaba que iba a tener una repercusión tan guay ni que la gente iba a reaccionar así», explica.

En muchos casos, la interacción con los seguidores no se limita a lanzar un me gusta, sino que quieren comentar y preguntar sus dudas. Tanto es así que Monstruo Espagueti propuso hacer un directo en Instagram respondiendo a las dudas de sus seguidores sobre el trastorno dual. «Es con el doctor Néstor Szerman, presidente de la Fundación Patología Dual. Yo me limito a hacerle las preguntas», puntualiza ella.

La charla pretende ser rigurosa y científica pero en un formato cercano y desenfadado. Sirve para poner el colofón a una campaña que ha apostado precisamente por mezclar estos dos extremos. Cuando hablamos de drogas tenemos que ser claros. Y cuando dibujamos sobre ellas también.

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Lo que pasa en las personas envidiosas cuando ‘se alegran’ de que te vaya bien

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Es difícil intuir detrás de qué halagos, felicitaciones o piropos conspira la envidia. No lo sabrás, están curtidos: su alegría parece sincera porque se la ve henchida y fluida. Pero no se alegran. Por dentro, cuando repararon en tu ascenso, tu embarazo, tu boda, tu premio, tu soltura social, tu pericia; por dentro, se les bloqueó el engranaje, sintieron, de golpe, su vida como desabastecida.

La persona envidiosa se mira y ve un supermercado antes del Katrina: baldas vacías y un puñado de cartones de leche casi caducados. Los recoloca con tino para que abarquen más espacio, pero eso resalta su miseria y le añade una ínfula ridícula.

La envidia duele tanto porque va directa al hueso: «Tiene que ver con la pregunta clave de quiénes somos y quiénes queremos ser», dice el doctor en Psicología y profesor de la Universidad Complutense de Madrid Guillermo Fouce. «Somos lo que somos y definimos nuestra identidad por comparación con otros. Marcamos grupos de referencia y nos medimos». Ese es el funcionar normal humano, al margen de que tu autoestima te haga más o menos proclive a la pelusa.

Ese ejercicio comparativo se acelera cuando se produce el bloqueo de engranajes. Consiste en un repaso del stock propio y una inspección (más bien, una fiscalización) del stock del afortunado. El envidioso necesita equilibrar la balanza.

CELOSOS CRUELES Y SUTILES

El envidioso orgulloso detectará irregularidades en el otro. Los más torpes harán lo que puedan: «Le han ascendido pero le huele la boca a salsa tártara tomando el sol». Los de raza virtuosa sabrán atacar también el hecho en sí. Hay gente capaz de edificar argumentos irreprochables para voltear su envidia, por eso (además de por favores, corporativismos y otras excitaciones) cuesta fiarse de los críticos literarios.

Estos últimos (los envidiosos orgullosos, no los críticos) se sobrepondrán, aunque les quedará un residuo de rabia bastarda a la que jamás reconocerán.

Al envidioso blando, en cambio, le gusta llevar la batuta de su propia demolición. Desea que el otro no tenga lo que tiene y, en vez de reaccionar para quitárselo, atropellarlo o despreciarlo, decide golpearse, cebarse en su inferioridad; menospreciar su stock. Extraen del sentimiento de afrenta una dignidad de mártires que se justifica a sí misma.

Estas son solo dos modalidades extremas. Existe más allá toda una gama de celos más o menos sanos o dañinos. Así distingue Fouce la envidia sana de la insalubre:

«La sana, entre comillas, es compararme con otro que está delante de mí, al que quiero llegar y al que evalúo, pero no me centro en poner zancadillas para ascender a donde él o a ponerle impedimentos. La no sana implicaría odiar al otro grupo o persona, tenerle antipatía, o hacer todo lo posible porque baje de su posición», distingue.

UN SENTIMIENTO ESTIGMATIZADO Y (AUTO)CENSURADO

La envidia tortura a quien la padece. Al golpe para la autoestima, se suma sentirse como apestado. En una época en la que gusta emocionarse y dar publicidad a las emociones, la envidia se sufre con vergüenza.

«Es poco asumible», señala Fouce, «existe ese estigma de que no hay que ser envidioso, hay que tener siempre emociones positivas. Hay una especie de dictadura de las emociones positivas, y nos equivocamos, porque las negativas son tan potentes como las positivas y cumplen funciones necesarias».

O como escribió el psicólogo Luis Muiño en un artículo en El Confidencial: «Los sentimientos no tienen por qué ser políticamente correctos, no es su función. Existen para adaptarnos a las circunstancias».

personas envidiosas

Hay, en cambio, emociones negativas más pregonables. La tristeza se estila mucho. Decir «esto me emociona o me emocionó», y pulsar publicar y dejar el mensaje en suspenso como un barquito de papel nadando hacia el atardecer.

El desprecio o el asco también funcionan cuando el objeto al que se dirigen es detestado por casi todo tu círculo: el maltrato, la discriminación… Estas emociones negativas tienen algo en común: te elevan y te otorgan buena imagen y posición.

«Reconocer la propia envidia es como reconocerte inferior ante los demás, y eso no nos gusta hacerlo», resuelve Ignacio Morgado, catedrático de Psicobiología del Instituto de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Barcelona.

De modo que la envidia es la apestada perfecta: una emoción negativa que, además, lastra el caché de tu marca personal. Por ahí sí-que-no pasamos. Aunque los hay artistas, capaces de sacarle rédito hasta a la escenificación del resquemor.

LA ERA MÁS ENVIDIOSA DE LA HISTORIA

Que no se reconozca poco no implica que no exista. Algunos autores, como Ethan Kross, profesor de Psicología de la Universidad de Michigan, creen que atravesamos una era de la envidia.

En un reportaje de The Guardian escrito por Moya Sarner, Kross achaca parte del mal a la influencia de las redes sociales. Su equipo estudió cómo afectaba al ánimo el uso pasivo de Facebook, «el scroll voyeurista». Detectaron que a más scroll, más envidia y decaimiento. Un uso más activo de la red, en cambio, no tendía el mismo efecto pernicioso.

«La envidia se está llevando al extremo», lamentaba Kross. El bombardeo de «vidas Photoshop» pasa una factura que «nunca hemos experimentado en nuestra especie. Y no es particularmente agradable» [algo en lo que Morgado discrepa, que afirma que la envidia ha sido consustancial a todas las épocas y países].

El grado de cercanía de una persona influye en la densidad de los celos. Cercanía geográfica, familiar, de edad, de oficio y deseo, de físico… «La envidia es mayor siempre dentro de la propia familia y compañeros, y es más fuerte cuando es el superior el que envidia al inferior. La envidia del amigo puede ser peor que la del enemigo», razona Morgado.

La categoría inferior y superior (al margen del rango laboral) se define tras el ejercicio comparativo, más o menos inconsciente, que practicamos al conocer a alguien que consideramos semejante.

LLEVAMOS UN ORGANIGRAMA EN LA CABEZA

Las redes han multiplicado el grupo de personas que sentimos cercanas pero que no lo son realmente, y eso, que lo parezcan y no, entraña problemas.

Habla Fouce: «La comparación social antes se realizaba con grupos más reducidos. Las redes te dan acceso a compararte con cualquiera en cualquier parte del mundo».

Hoy tenemos la sensación de conocer con cierta medida de intimidad a muchas más personas: sabemos de sus viajes, sus reflexiones matutinas, sus avances profesionales, sus opiniones, sus pérdidas y sus duelos. Se los comentamos y nos dan me gusta o responden; nos acogen y acogemos a otros.

Creemos saber. Pero no conocemos los matices su vida, ni los costes de oportunidad ni las sombras de su bienestar. Nos llega una «vida Photoshop» que, además, finge con no ser una «vida Photoshop» y ofrece trazas de imperfección y espontaneidad.

«Eso lleva a que hagamos cosas que son pura imagen o pura búsqueda de la aceptación endeble del otro, del que me vean y me miren», dice Fouce. Ahí hemos entrado en el juego: «Buscamos la comparación, y cuando nos autoevaluamos mal, genera esa envidia».

EL DOLOR INCONFESABLE

Una vez dentro del círculo de la pelusa, el daño es inevitable. «Todas las envidias tienen algo en común: ser un sentimiento negativo y corrosivo, lo que significa que si perduran, acaban dañando la salud somática y mental de quien envidia», expresa Morgado.

Fouce, por su parte, le encuentra una utilidad como guía de los deseos y las carencias propias. Se puede trabajar, apunta, ajustando las expectativas, «llevándolas a cosas realistas, quitarnos la carga y convertir la envidia tóxica en positiva para que motive y ayude».

¿CÓMO CONSIGUEN ALEGRARSE POR TI LAS PERSONAS ENVIDIOSAS?

Quizás por temor a ese despilfarro emocional al que alude Morgado, o a sentirse fuera de la ética, quizás por la claridad con que los celos certifican su inferioridad, muchos envidiosos reaccionan contra sí mismos y disimulan, y te felicitan y te abrazan cuando te va bien.

Los más morales, los que se ablandan, se deprimen porque suman la tristeza de sentirse inferiores a su sentimiento de culpa. En consecuencia, mostrar alegría por el otro es cuestión de supervivencia. Se demuestran así que no son mala gente y hablan bien de aquel a quien envidian, incluso a sus espaldas.

Los orgullosos se arrancan la sonrisa por otra vía. Hacen lo de la salta tártara tomando el sol. Recordemos: logran despreciar en ti aquello que desean en ellos. La sonrisa les sale más fácil porque acaban asumiéndola casi como un ejercicio de misericordia.

Estos últimos son indetectables. Cuando te abrazan, te besan, te dan la mano, no sospechas que habrá mensajes de WhatsApp, conversaciones, palabras no muy escandalosas pero suficientes, gestos imprecisos destinados, como poco, a sembrar la duda sobre ti.

Morgado refiere una idea de Balzac perfecta para concluir: «La envidia es un sentimiento estúpido porque no tiene ninguna ganancia. El que lo pasa mal siempre es el envidioso».

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El calor que nos va a matar

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Acabo de leer en la revista Wired que el calor no es un sentir. La canícula, en su justificación atómica, es el movimiento de las partículas.

Explica la física que cuanto más rápido se mueven los átomos, más caliente se pone la materia. Llevémoslo al botijo: cuanto más corren los átomos, más caliente se pone el piporro. Pero debe ser que sus partículas pasan el día echando la siesta porque el agua sale siempre bien fresquita.

Anda una mosca volando, aturdiendome, y en uno de sus choques contra mi cabeza, sale una incógnita disparada contra la pared: si la rapidez aumenta el calor, ¿no tendrá que ver el calentamiento global con esta vida loca que llevamos?

Estoy buscando pruebas y creo que la física lleva razón porque no hay mejor manera de entrar en calor que ir a toda leche. Todo empieza a cuadrar: las temperaturas han aumentado desde que usamos más el coche para ir más rápido; usamos más plástico porque no hay tiempo de fregar platos; tiramos un cacharro y compramos otro porque no me da la vida para buscar un taller, llevarlo, esperarlo y recogerlo; tiramos los papeles al contenedor de orgánico porque ya son las tantas para llevarlo 100 metros más allá y mañana tengo que madrugar.

Vivimos a una velocidad incandescente. Y la cosa promete: archivos gordísimos bajando en un santiamén con el 5G, trenes ultrarrápidos, hasta Hacienda devolviendonos la pasta en un momentico.

Ahora me explico por qué no hacía esta calorina en el siglo XIX: los trenes iban pisando huevos. Aunque no lo veían así entonces. Ellos se creían unos balas. Era tal celeridad que no había quien la pillara. Los médicos, alarmados, recomendaban a los viajeros de aquellos convoys que avanzaban a los desorbitados 30 kilómetros por hora que no miraran por la ventanilla. ¡Ese acelerado pasar de las cosas los dejaría ciegos!

Mmm… y ahora que lo pienso… Puede que tengamos a los culpables. ¡A los que empezaron todo! ¡Los de la revolución del vapor! ¡Ellos! ¡Los de la revolución del calor! ¡Comenzaron a hervir agua como energúmenos y mira la que han liado! ¡Ollas y ollas y ollas y así estamos hoy! ¡Abrasados y a to pastilla! ¡To locos!

Ahora que tenemos el origen, miremos al futuro: ¿dónde nos llevará la calina mundial? Tendrán que cambiar las casas, la arquitectura entera: no quedará otra que construir búnkeres fresquitos.

Vestiremos de blanco, para que rebote el sol en nuestras faldas. Todos, unidos en un solo Color y el único Calor, como una Gran Secta de la Ardentía.

Cambiarán las palabras por necesidad imperiosa. Del calor, así en general, no podrá hablarse porque el calor lo será todo. El Todo. Habrá más calor que aire; más calor que oxígeno; más calor que conciencia. Habremos de distinguir el bochorno de la calle del bochorno de la casa, el ardor de verano del ardor de invierno, el fuego insoportable del fuego matador.

Brotarán nuevos quejíos y aquel lamento ochentero convertido en disco mix, «¡Oh, qué calor», quedará para el escalofrío (si es que alguien, alguna vez, vuelve a saber lo que es eso).

Así hasta llegar a las últimas consecuencias. El calor será la verdadera frontera entre ricos y pobres. Y se podrá medir por un cálculo matemático bien sencillo: cuanto más pobre, más torrado. Las personas, los países, los caldos oceánicos, las tierras que acabarán abriéndose en volcanes que parecerán bocas abiertas, sedientas, clamando agua, lluvia, humedad, una gotica de algo por favor.

Tanta velocidad, tanta prisa… Lo avisó la biología: correr da sed. Quedado claro, ¿no? Lo advierte la mecánica: o echamos el freno o nos matamos.

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La hipnótica vorágine del tráfico en Taiwán

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Creemos que es el tiempo el que es fugaz, el que pasa vertiginoso a nuestro lado y nos envuelve en su locura y su vorágine. Pero estamos equivocados. No es él sino nosotros quienes nos movemos al ritmo frenético de la prisa mientras que todo lo demás, las calles, los edificios, los árboles, permanecen inmóviles contemplando cómo nos desvanecemos en nuestra propia velocidad.

Dentro de ese movimiento frenético que es nuestra rutina y el tráfico de una gran ciudad, entramos y salimos de un cuerpo a otro sin ser conscientes de ello. Así nos lo ha querido enseñar Hiroshi Kondo en su vídeo Multiverse, en el que superpone el tiempo para mostrar otra visión de los miles de motoristas que circulan por las calles de Taipei, la capital de Taiwán.

En el vídeo, el director japonés va acelerando la cámara hasta conseguir un movimiento tan rápido, tan acelerado, que los cuerpos humanos y sus motos acaban desvaneciéndose en una inmensa cascada multicolor. Y lejos de dar miedo, el resultado es realmente hipnótico.

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Sexo ‘a cachos’ para evitar la censura de Instagram

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Instagram quiere llegar a todos. La red social entiende que para dar cabida a usuarios de todas las edades, creencias y grados de susceptibilidad hay imágenes que sobran, incluso por muy loables que sean sus fines. En su timeline no hay sitio para la violencia explícita, ni siquiera cuando esta encierra una denuncia contra el maltrato animal o el acoso escolar.

Si atendemos al historial de temas que ha considerado inapropiados a lo largo de estos últimos años, parece que a sus algoritmos tampoco les gustan demasiado los pezones, si son femeninos, o los amagos de beso, si se producen entre gente del mismo sexo.  

Sortear la férrea vigilancia de los catones de Instagram es un reto para algunos de sus usuarios. Como en muchos otros capítulos de la historia, la censura ha prendido la mecha de la creatividad en la red social. Las tijeras, la otrora arma más representativa de los censores, se ha convertido en el aliado de ciertos artistas en cuyas cuentas de Instagram cuelan sexo en collages.

Johnny Smith [@thejohnnysmith]

Johnny Smith utiliza con las redes sociales una táctica similar a la que los niños emplean con sus padres para conocer sus límites de permisividad y de paciencia. «Disfruto haciendo pruebas para ver qué puedo hacer sin que mis collages se eliminen de la Instagram o Facebook».

Cuando le pillan, no puede evitar que una sonrisa de incredulidad se dibuje en su cara: «¿No es ridículo que se considere “peligroso” un pezón? Es gracioso que el sexo sea un tabú cuando todos (o casi todos) lo practicamos». Smith no busca lo explícito. Prefiere dar trabajo a la imaginación: «No sé la tuya, pero la mía es muy sucia. Este tipo de trabajo termina siendo más emocionante y provocativo que cualquier escena de sexo evidente».

Scientwehst [@scientwehst]

Trata el sexo de forma alegórica y por eso Giulia, la estadounidense que firma en redes como Scientwehst, considera que es relativamente fácil toparse con su trabajo en internet. «Creo que mis collages pueden provocar más impacto en una plataforma como Instagram al tratarse de un contenido inesperado que juega con tu imaginación». A Scientwehst le gusta «dejar algo para la fantasía». La artista reconoce que sus imágenes son muy «sugerentes», aunque el grado de provocación que pueden llegar a suscitar depende de distintas circunstancias: «Por ejemplo, ¿cuándo, dónde y por qué estás viendo una escena sexual explícita? ¿Está solo en tu cama o rodeado de una multitud de personas?».

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Naro Pinosa [@_naropinosa]

Naro Pinosa (Fernando para los amigos) es reincidente. Instagram ya le ha bloqueado varias cuentas, pero no es algo que le preocupe. Los límites de la red social le suponen un reto que él afronta con sus collages: «Lo único que hago es tratar de burlar la censura. Si quiero ser más explícito recurro a Twitter».

No cree que lo suyo pueda catalogarse de pornografía («es cuestión de mentes, de lo abiertas que estén o no») y asegura que no busca provocar. Aunque muchas veces lo consigue, no solo entre los administradores de Instagram, sino también con sus usuarios. Degenerado, racista o hereje son algunas de las lindezas que le han llegado a lanzar. 

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Mike Parisella [@slimesunday]

¿Hasta dónde se puede llegar sin que Instagram borre una imagen? A Mike Parisella le gusta jugar con las normas de la red social y exprimir los límites de la provocación mediante el sexo en collages. El fotógrafo de Massachusetts dice manipular las imágenes para obtener escenas «extravagantes». «Lo que me resulta curioso es que las personas se asusten tanto con la desnudez. Mientras no haya desnudos puedes hacer casi cualquier cosa. Dependiendo de con qué sustituyas ciertas partes de la anatomía humana se puede crear algo mucho más provocativo que una escena de sexo real».

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El torero gay que también era judío y estadounidense

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Viene un fin de semana complicado, amigas y amigos. Si vives en Madrid y las personas con camisetas de tirantes y bermudas jeans recortadas no son de tu agrado, es un buen momento para salir a explorar nuevos territorios. Y casi te diría que dejases de leer este newsletter. Pero no sin antes ofrecerte alternativas.

En este Piensódromo vamos a hablar de personas LGTBI pero vestidas con manoletinas, mallas ajustadas y taleguilla. Si esto tampoco es de tu agrado, lo mejor es que dejes de leer aquí. Ahora ya sí.

Sidney Franklin, el torero gay, ‘El Torero de la Torah’

Hubo un hombre que, de existir hoy, sería el hombre más odiado del mundo. Pongámonos en antecedentes para comprender esta aseveración.

Los gays han sido un colectivo odiado y proverbialmente perseguido e, incluso hoy, esta misma semana, hay mucha gente molesta porque miles de ellos han decidido que no se debe reivindicar el orgullo por la propia identidad con pantalones y camisetas demasiado cortos, con noches demasiado largas o con demasiado confeti y diversión por encima de un determinado nivel, que ya se sabe que protestar y divertirse es de casquivanos.

A la vez, la comunidad judía ha sido un grupo religioso ingrato a otras muchas culturas y se ha visto expulsado, perseguido y exterminado en masa. Hoy, con un estado propio, cosechan apoyos y rechazos por circunstancias diferentes a su eterna persecución.

Los toreros son un grupo de profesionales que han visto como el rechazo a su actividad ha crecido de manera exponencial en las últimas décadas. Las causan por la sensibilización por el bienestar animal. O el difícil encaje de la actividad en un contexto social e histórico menos receptivo al cobro de una entrada por la tortura y ejecución de un animal por mucho que alguien considere que eso es arte. O por la decadencia de la afición al espectáculo, que ve cómo cada año se reduce el número de eventos.

Pues bien, introducidas estas cualidades y olvidando que el odio está muy democratizado y que ahora se odia mucho y bien, podría concluirse que la persona más odiada en un contexto como el actual sería un torero judío y gay.

Resulta que, como cuenta The New York Times, existió hace algún tiempo. Su nombre era Sidney Franklin y, por desgracia para él, falleció abandonado en una residencia de ancianos de Nueva York. En fin, siendo positivos, no murió exterminado por los nazis, apalizado por hordas homófobas o cogido por un toro soliviantado.

Sidney Franklin respondía, en un alarde de creatividad, al sobrenombre de ‘El Yanki’ y, ojo que aquí sí vamos a por premio, ‘El Torero de la Torah’. Ovación lenta y solemne. En pie.

Nació en 1903 y su carrera transcurrió de los años 20 a los años 50. Fue, como es de suponer, el primero matador de toros americano de origen judío y era gay como se era gay en aquella época en la sociedad taurina (y no taurina) de España: nadie lo sabía y todo el mundo lo sabía.

Según cuenta el New York Times, era amigo de Douglas Fairbanks y de Ernest Hemingway y el toreo le permitía moverse en manoletinas y llevar mallas ajustadas sin levantar la más mínima sospecha. Por supuesto, nadie duda de la hombría de un torero.

Una vez que se cortó la coleta y se hizo más difícil disimular, Franco le envió al talego por homosexual y pasó nueve meses en reclusión. Aquí está la historia completa que ha contado The New York Times.

En la pausa musical de hoy,  lanzamos la mirada a cuando el metal noruego tiene sus relajos estivales. Que no todo va a ser quemar iglesias y asesinar a compañeros. Un reggaeton heavy de Gigatron, leyendas del metal y el humor.

Aíslate del odio y sé tú mismo

Si tu pregunta es por qué en el Orgullo la comunidad LGTBI se viste de «esa manera», Nuria Gutiérrez, de Orgullo de ser tú mismo, tiene una respuesta. «Mucha gente se pregunta por qué en el Orgullo la gente no se viste ‘normal’. Pues, precisamente, porque ya viste normal los 364 días restantes. Nos cruzamos con gente del colectivo continuamente, en el metro, en el curro, familiares… Y muchas veces ni lo sabemos. Porque cuando las cosas no se ven, parece que no existen».

Además, una manifestación lúdica sigue siendo una reivindicación. «De la liberación sexual, de lo que se ha conseguido hasta ahora y del amor. Que el Orgullo se celebre en positivo no debería restarle validez».

Orgullo de ser tú mismo es un colectivo efímero de creativos que ha decidido dedicar parte de su tiempo a visibilizar la causa que creen justa: la del colectivo LGTBI.

Nuria Gutiérrez sigue explicando que «hay mucho por hacer. La ley no es igual para todos. De hecho, el Código Civil tuvo que recoger un delito para proteger a las minorías. En España, nunca ha habido una condena por delito de odio hacia una persona heterosexual. Pero al contrario sí ocurre, y además, hoy en día. Así que cuando no hagan falta este tipo de leyes que protegen al colectivo LGTBI, entonces ese día, será el Orgullo todo el año».

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Una de risas

Archie Bezos, Elsa Ruiz y Albert Boira, un gay, una transexual y un pansexual han unido sus socarronas fuerzas para crear un show de comedia en vivo LGTBI, Humor de transmisión sexual.

Llegará un momento en el que no sea necesario reivindicar la naturaleza de un show de humor, pero mientras, aquí queda esto para el próximo jueves.

Un repaso a las etiquetas y los tabúes de esta sociedad que no acaba de avanzar.

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¿Por qué los españoles meten la polla en vinagre?

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Los españoles a menudo se ríen de los ingleses porque, cuando la tormenta rompe el cielo, exclaman: Oh, my God. It’s raining cats and dogs. Eso de que lluevan gatos y perros, en vez de agua, resulta bastante insólito. Pero un español, cuando escucha eso de «meter la polla en vinagre» o «hacerse la picha un lío», se queda como si nada. Como si esto que ves ahí abajo fuese una cosa normal.

polla en vinagre
HACERSE LA PICHA UN LÍO: «Estar confundido, enredarse, equivocarse»

Lo ‘extraño’ y lo ‘común’ es una cuestión de contexto; depende del lugar desde el que se mire. El que anda rodeado a todas horas por un idioma aprende a ver el mundo desde sus dichos y esa es la realidad que le resulta más potable. Pero el que lo mira por fuera, como lengua extranjera, y no conoce los pactos ilógicos que se establecen entre algunas palabras y su significado, puede perderse fácilmente en lo que realmente quieren decir.

con dos huevos
CON DOS HUEVOS: «Con valentía»

Eso le ocurrió a la francesa Héloïse Guerrier. La filóloga hispánica aprendió español en la Universidad de la Sorbona de París. Allí estudió a los grandes poetas y literatos del castellano pero, al llegar a Madrid, empezó a encontrarse con expresiones que jamás había escuchado y que se utilizaban más que los lirismos que leyó en la facultad.

Guerrier conocía bien al Quijote pero nunca había oído hablar de la Bernarda ni de su coño. Tampoco entendía por qué los españoles se cagaban en la leche, por qué metían la polla en vinagre o por qué mandaban a que te follara un pez. Ante la falta de significado al que agarrarse, imaginaba la escena literalmente. Y le gustó.

libro de polla en vinagre
CAGARSE EN LA LECHE: «Fórmula coloquial de enojo, rabia o disgusto»

La francesa imaginó esta serie de expresiones, dibujadas, como un glosario de español para extranjeros. Ella indagó el origen de los dichos y un ilustrador, David Sánchez, los dibujó en su sentido literal. Astiberri publicó un primer libro, Con dos huevos, y el éxito pidió a gritos una segunda entrega: Cagando leches.

«Es un libro de español para extranjeros, aunque a un español también le puede gustar», dijo Sánchez cuando, en 2014, publicaron el primero. «Guerrier se rió mucho cuando escuchó esas expresiones por primera vez. Nosotros, como estamos acostumbrados, no las pensamos literalmente, pero ella sí lo hacía y le pareció muy divertido». Pero, con el tiempo, estos dos libros se han convertido en una referencia ilustrada de expresiones castizas del castellano.

 

con dos huevos
ESTAR EN EL AJO: «Estar al tanto de un asunto privado o secreto, estar involucrado en él»

El primer glosario, Con dos huevos, reúne 45 dichos. El segundo, 45 más. Cada expresión se muestra en español (su idioma de origen) y en una traducción al inglés y francés. Una traducción del concepto que se quiere expresar y una traducción literal de las palabras.

Aquí va un ejemplo. Agarrarse un pedo: «Emborracharse. Ayer salimos de fiesta y se agarró un buen pedo. Existen múltiples maneras de expresar la embriaguez en el lenguaje coloquial: agarrar o coger una “castaña”, una “mona”, una “turca”… o un “pedo”, quizá en referencia a los desagradables efectos del alcohol sobre el cuerpo». 

con dos huevos
AGARRARSE UN PEDO: «Emborracharse»

 

con dos huevos
CEPILLARSE A ALGUIEN: «Matar a alguien o mantener relaciones sexuales»

 

con dos huevos
CALZONAZOS: «Ser un hombre de carácter débil, que se deja dominar, en particular por su mujer»

 

con dos huevos
QUE TE FOLLE UN PEZ: «Indica desprecio, rechazo o desinterés una persona»

 

con dos huevos
COMERSE EL COCO: «Preocuparse, darle vueltas a algo»
del libro de polla en vinagre
MOJAR EL CHURRO: «Voz malsonante que implica, desde una perspectiva androcéntrica, mantener relaciones sexuales»

** Este artículo es una actualización del que se publicó en 2016, cuando editaron Con dos huevos.

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Robots en armonía con la naturaleza: la poética concepción tecnológica en Japón

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La evolución de la tecnología ha sido cada vez más rápida, y pasado cierto punto de inflexión en su crecimiento exponencial, ha resultado ser profundamente disruptiva.

Dicho en román paladino: cada dos años te quedas atrás si no te actualizas, y los robots van a quitarnos gran parte de los trabajos actuales (incluso los más creativos).

Para tener perspectiva de la actual velocidad en el progreso tecnológico, tengamos en cuenta lo siguiente: desde los utensilios líticos a partir de esquirlas a la fundición del primer cobre pasaron tres millones de años, pero solo 3.000 años transcurrieron desde la Edad de Hierro hasta los primeros vuelos espaciales.

Todo va tan rápido que ello produce cierto desajuste, como señalaba Edward O. Wilson: «El verdadero problema de la humanidad es el siguiente: tenemos emociones del Paleolítico, instituciones medievales y tecnología propia de un dios. Y eso es terriblemente peligroso».

Los japoneses, sin embargo, han tratado de atenuar este decalaje afrontando la tecnología desde un punto de vista mucho más armónico y menos disruptivo. Porque la ciencia y la tecnología japonesas no son un desafío a la naturaleza, no son una superación de la misma, sino que han sido tradicionalmente campos que suponen una extensión armónica del entorno natural.

Un concepto animista, el shinto, da buena prueba de ello, pues es un pensamiento que otorga un papel esencial a la naturaleza y concibe su relación con el ser humano como especialmente fluida.

Por ello, los robots japoneses, tanto los que se construían en el siglo XVIII como los modernos, pasando por los que aparecen en el manga y el anime, no conllevan una separación radical entre ciencia y naturaleza como ocurrió en Europa.

En Japón no es tan acentuado el síndrome de Frankenstein porque no se observa una clara diferencia entre artificial y natural en lo tocante al ámbito tecnológico. Uno de los robots más conocidos que nos puede ayudar a entenderlo es Gakutensoku, cuyo nombre significa, literalmente, «aprendiendo de las leyes de la naturaleza».

Shizen

ADAPTACIÓN A LO NATURAL

Una forma muy evidente de la distinta forma que tiene Japón y Occidente de conceptuar la naturaleza es la forma de sus jardines. En Occidente tratamos de imponer la racionalidad humana en el jardín, siendo el paradigma esos jardines franceses perfectamente cizallados, como laberintos naturales, buscando siempre la simetría de forma muy rígida. Pero, tal y como explica Florentino Rodao en su libro La soledad del país vulnerable, los jardines japoneses incluyen plantas y rocas porque trata de imitar la naturaleza:

Sus jardines, en consecuencia, son más selección y observación que creación propia; el jardín zen es un buen ejemplo de ese esfuerzo por representar a la naturaleza «como la experimentamos, más que como pensamos que es». Otro ejemplo ha sido la normativa vigente desde la época Edo de plantar un árbol cuando se corta otro, algo que no ha ocurrido en latitudes europeas.

Desde la Ilustración, la ciencia europea empezó a considerar la naturaleza como algo que se debía dominar, alterar o incluso destruir por considerarse un lastre para el progreso humano. En Japón, esta visión también tuvo lugar, pero no de forma tan inflexible, porque no procedía tanto de un pensamiento filosófico, sino fruto de las innovaciones científicas procedentes de Occidente.

Así, objetos tecnológicos como un cuchillo de acero inoxidable eran productos culturales como lo era el primer ventilador eléctrico, que se vendió como bunka (cultura) senpuki (ventilador eléctrico). El mejor ejemplo tecnológico para expresar esta ambigüedad, como ya se ha dicho, es el robot (robotto).

Robots japoneses
Karakuri japonés

ROBOTS

Si acudimos al Museo de las Ciencias de Osaka encontraremos una réplica de Gakutensoku concebida en el año 2005. Sin embargo, el original fue presentado en la Gran Exposición de Kioto en conmemoración de la coronación imperial de 1928. Estamos, pues, ante uno de los primeros robots de la historia de Japón.

Este autómata diseñado por el biólogo Nishimura Makoto era capaz de escribir mensajes en un papel y cambiar la expresión de su rostro impulsado por un complejo mecanismo de aire a presión. En el pecho exhibe una flor que simbolizaba el universo.

En la parte superior de su cabeza llevaba una corona de hojas, que es el símbolo de todos los alimentos del planeta, así como un pájaro que, al cantar anunciando el alba, demudaba la expresión del autómata en meditabunda (sí, el rostro estaba hecho de goma y fue diseñado para combinar las características de todos los pueblos del mundo). Tras la reflexión, el autómata sonríe y escribe algo en una hoja de papel, empujado por la inspiración poética.

Robots japoneses
Gakutensoku

Así, si bien el término «robot» fue acuñado por el escritor checo Karel Čapek basándose en el verbo checo «trabajar» en su obra R.U.R. (Rossum’s Universal Robots) en 1920, Gakutensoku no fue diseñado para plegarse a ese propósito, y por tanto no sustituye al ser humano o lo mejora, sino que es un reflejo de la creatividad humana.

En el Japón de los siglos XVIII y XIX, los autómatas empezaron a dividirse de este modo tres clases bajo el término karakuri, que se podría traducir como «aparatos mecánicos para producir la sorpresa en una persona». En primer lugar estaban los Butai Karakuri, que se usaban en el teatro. Después estaban los Zashiki Karakuri, que eran más un elemento decorativo en una vivienda pudiente.

Es el caso, por ejemplo, del yumihiki doji, una figura de un arquero que toma una flecha y la dispara, repitiendo el acto cuatro veces. El mecanismo hace que intencionadamente el arquero falle nueve de cada diez disparos a fin de incrementar la tensión del espectador.

Finalmente, encontramos los Dashi Karakuri, que eran utilizados para interpretar leyendas o mitos. Porque los autómatas pueden ser perfectos transmisores de adagio o moralejas que permitan hacer evolucionar a la sociedad.

Un buen ejemplo de ello es la leyenda titulada  Cómo el príncipe Kaya hizo una muñeca y la puso en los campos de arroz, que se recoge en el  Konjaku Monogatari-shu, una colección de mil historias de Japón medieval escritas alrededor de 1120. En la historia se refleja que para solucionar el problema de las sequías en los campos de arroz, un príncipe diseñó un autómata para incentivar a los campesinos a regar: el autómata portaba un recipiente que, una vez llenado de agua, este se echaba por la cara, causando la hilaridad y el regocijo de los campesinos.

Así todos ellos llevaban baldes de agua, uno detrás de otro, por el simple hecho de pasarlo bien, regando indirectamente el campo. Uno de los primeros ejemplos de la actual gamificación.

Bajo estas coordenadas no es extraño constatar que la historia de Astro Boy, una serie de manga escrita e ilustrada por Osamu Tezuka, y publicada desde 1952 a 1968, fuera uno de los primeros relatos en tratar el tema de la inteligencia artificial y el derecho de los robots.

La fusión del robot con el ser humano también es mucho más acentuada en esta cultura, y lo podemos ver en el manga y el anime, donde aparecen ya en la década de los 1970 los mechas, robots controlados por humanos o que se hibridan de algún modo (normalmente con el humano dentro del robot, de mayor tamaño). El ejemplo paradigmático de mecha es Mazinger Z.

Robots japoneses
Mazinger Z

De este modo, el robot pasa a ser una parte importante más del engranaje social a todos los niveles, como señala Rodao:

Las ceremonias de purificación shinto también pueden incluir a robots y demás aparatos electrónicos, lo que también presupone que puedan tener un espíritu y, con ello, esa integración de la tecnología en la sociedad.

SHIZEN

Shizen es un término que tiene un significado esquivo para los occidentales, pero que amplía las fronteras de «medio ambiente» o «ecología». También es algo que surge espontáneamente cuando no forzamos las cosas, es decir, que consiste manipular lo natural, pero de forma armónica, sin oponernos a ello y evitando lo caótico y lo perversamente malintencionado.

E introduce ideas tan oximorónicas para nosotros como «artificialmente natural», en palabras del filósofo moral japonés Tetsuro Watsuji. Como explica Juan Ramón Lacadena en La mediación de la filosofía en la construcción de la bioética:

En la tradición que se remonta a Lao-Tsé lo contrario de natural no es artificial. Lo que se opone a lo natural es lo perversa o doblemente intencionado (en japonés, «sakui», intencionalidad manipuladora). También existe en japonés la palabra «jini» para designar lo «artificial»o producido por mano humana. Pero esto no tiene necesariamente que ser antinatural. Si lo artificial se acopla al «camino» y deja que el «camino» despliegue sus virtualidades, lo artificial se hace de un modo natural. No olvidemos que para Lao-Tsé el misterio del devenir era el arquetipo de lo natural, de lo que es «shizen», espontáneo.

Finalmente, a esta manera tan distinta de mirar, en la que lo artificial y lo natural tienen fronteras difusas, se le añade cierta admiración no solo por el poder de la naturaleza, sino también por el poder y la belleza del ingenio humano. Porque la naturaleza puede transformarse y ser mejor, no solo con intervenciones religiosas, sociales y rituales, sino también científicas y tecnológicas.

Hasta el punto de que podemos pasear por el campo y admirar los ríos y las montañas, pero también por un paisaje industrial que puede resultar tan evocador y estético como el de Passaic, Nueva Jersey, descrito así por el artista Robert Smithson en Un recorrido por los momentos de Passaic al toparse con máquinas un sábado en el que los operarios libran: «Criaturas prehistóricas atrapadas en el barro o, mejor, maquinaria extinguida… dinosaurios mecánicos despojados de su piel». O sea, shizen.

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‘Reversible’, la nueva vida de unas vallas de publicidad obsoletas en Rivas

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Cuando el Ayuntamiento de Rivas convocó un concurso para intervenir 13 vallas publicitarias del municipio, el colectivo Madrid Street Art Project presentó un proyecto denominado Reversible en el que 13 artistas urbanos se encargarían de cambiar la cara a aquellos elementos publicitarios que habían quedado abandonados y en desuso.

«Pretendíamos, de alguna manera, darles la vuelta a esas vallas y que pasaran de soportes publicitarios a soportes artísticos», explica Diana Prieto, una de las fundadoras junto con Guillermo de la Madrid del colectivo MSAP.

«Y con esas creaciones artísticas, también cuestionar el uso del espacio público y la situación de privilegio que tiene, en algunos casos, la publicidad en dicho espacio».

Y no es que la publicidad sea el enemigo, comenta Diana Prieto, «pero sí nos parece muy adecuado, al menos, repensar por qué está la publicidad tan presente en nuestras vidas, y cuestionar por qué está presente, qué valores nos está lanzando y cuestionarlos. Si tenemos que darlos por buenos o no».

Rivas es un municipio al sur de la Comunidad de Madrid que en los últimos 20 años ha crecido enormemente. Ese bum urbanístico trajo consigo un exceso de vallas de publicidad anunciando la construcción de aquellas obras y viviendas públicas. Hoy, esos espacios publicitarios han perdido su sentido original quedando fijos en las calles, pero sin uso.

El Ayuntamiento, que ya tenía experiencia en la intervención de este tipo de soportes, optó por dar voz a estas vallas para convertirlas en creaciones artísticas.

A pesar de las apariencias en algunas de las fotos que el colectivo ha subido a su Instagram, se trata de lugares con mucho tránsito de personas. Al fin y al cabo, explica Prieto, las vallas, como cualquier elemento publicitario, están pensadas para llegar al mayor número de público posible, aunque ahora sus mensajes estén obsoletos o hayan desaparecido. Por eso la visibilidad, que es una de las características del arte urbano, está garantizada.

Los 13 artistas elegidos por MSAP para intervenir estos espacios han sido Ampparito, BR1, Daniel Muñoz, DoaOa, Escif, Hyuro, NeSpoon, OX, Reskate, Sam3, Sara Fratini, Spy y Vermibus.

Para su elección, «siempre tuvimos en cuenta su calidad artística y su experiencia en trabajos artísticos en espacios públicos. Se valoró también que muchos de ellos tenían un trabajo muy específico sobre este tipo de soportes (de vallas publicitarias) o, al menos, cuestionando todo esto que te contaba sobre la publicidad».

A todos se les dio una serie de datos sobre Rivas y los lugares que iban a intervenir, algunos conceptos y cuáles eran los objetivos del proyecto, «pero luego, cada artista tenía total libertad de creación».

La mayoría de los trabajos son pictóricos, pero también ha habido otro tipo de intervenciones, como la de OX, que optó por una instalación tridimensional usando mallas de las que se utilizan para la señalización de obras. Otras vallas, sin embargo, reproducen trabajos fotográficos.

El street art, a pesar de su relativa juventud, es un arte que nació hace ya décadas. Durante este tiempo, ha ido mutando y cambiando al mismo ritmo que lo hacía la sociedad. Es lógico también que no se haya quedado solo en el grafiti, sino que haya evolucionado y explorado otros territorios, aunque lo único que ha permanecido inalterable es el espacio en el que se manifiesta: la calle.

Ahora bien, ¿cualquier intervención en el espacio público cabe dentro de la definición de arte urbano? «Uno de los fuertes que tiene este movimiento es que no tiene unos límites definidos o acotados. Y esa es una de las riquezas del movimiento», responde Prieto. «Intentar ponerle límites o acotaciones a mí no me parece demasiado interesante. Que cada cual considere si es o no es arte urbano».

Para los responsables de la iniciativa, este tipo de intervenciones artísticas mejoran el urbanismo de las ciudades. «Transforman el día a día del ciudadano. De tener espacios en desuso, degradados, incluso sucios y descuidados, los transforma en obras de arte, en creaciones artísticas que, o bien te hacen disfrutar a nivel sensorial por su belleza, o bien te lanzan una serie de mensajes que te hacen reflexionar. En este sentido, es tener arte en tu día a día, en tu cotidianeidad, al alcance de cualquier persona».

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No basta con ser inteligente, hay que ser inteligible

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Las palabras son hojas de doble filo. Sirven para acercarnos los unos a los otros, pero también para destruir los nexos ya existentes.

Por eso se habla de la palabra mal dicha, o dicha a destiempo, o dicha de más…

Las palabras crispan o resuelven según el caso y la cosa. Depende tanto de lo acertado de las mismas como de la actitud, los prejuicios o los intereses de los interlocutores.

Porque no existe texto sin contexto. Todo está en función de quién habla y a quién se le habla. Pero también de cómo se habla, pues las palabras pueden fallar en su objetivo debido a que, como un arma, apuntan demasiado bajo o demasiado alto.

En ambos casos, las palabras pierden su natural eficacia. Porque en el primero resultan obvias y en el segundo, ininteligibles. Por eso unas nos repelen y las otras nos rechazan.

El caso más chocante se da en las palabras ininteligibles pronunciadas por personas sobradamente inteligentes. Ejemplos hay muchos. Pero por poner solo uno, hablemos de Gastón Bachelard.

En su libro La formación del espíritu científico, una de las grandes obras sobre este tema, Bachelard habla del obstáculo sustancialista en los siguientes términos:

«El obstáculo sustancialista, como todos los obstáculos epistemológicos, es polimorfo.  Se compone de la reunión de las intuiciones más alejadas y hasta las más opuestas.  Por una tendencia casi natural, el espíritu precientífico centra sobre un objeto todos los conocimientos en los que ese objeto desempeña un papel, sin preocuparse por las jerarquías de los papeles empíricos».

No continúo con la cita porque la cosa va a peor. ¿Cómo es esto posible? ¿Por qué un hombre de la inteligencia de Bachelard no se da cuenta de que escribe un texto que casi nadie puede comprender?

El tema no tendría mayor importancia si lo que este autor pretende contarnos fuera irrelevante. Pero se trata de una mente prodigiosa que orienta gran parte de su obra hacia una minoría tan exigua que impide que su pensamiento sea realmente transformador.

Y esa es la cuestión de fondo. Lo ininteligible convierte lo lúcido en oscuro sin importar la profundidad o la importancia de la idea planteada.

Es cierto que resulta mucho más difícil expresar pensamientos que contar historias. Pero también lo es que los novelistas se esfuerzan en que sus textos sean comprendidos por todo el público y no solo por una minoría exquisita. Es algo que está en su ADN, mientras que hay determinados intelectuales que no se reprimen a la hora de distanciarse de lo inteligible en aras de una pretendida profundidad.

Pero lo inteligible y lo profundo no son términos antagónicos. Sencillamente precisan de un mayor esfuerzo comunicativo si desean ir de la mano.

En ocasiones, algunos de los mejores pensadores, aislados en las minorías en las que se encierran, entran en una espiral en la que confunden densidad con altura. Y es una lástima, porque siendo las personas que más pueden contribuir a mejorar el mundo, se encuentran con que ese mundo, al escucharlos, no les entiende.

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Las vacaciones que cambiaron mi vida

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La popularización del Seat 600 en los 60 hizo que muchos españoles convirtieran el verano en una estación de huida. Partieron el año en dos mitades y lo atravesaron con un mes de trashumancia, a cientos de kilómetros del marrón más cercano, afianzando tanto la idea de escapada que seis décadas después aún se pauta religiosamente: elegimos destino, exprimimos el paréntesis en un viaje cuasi trascendental y retornamos envueltos en una capa de angustia y resignación. 

Pero ¿qué buscamos fuera? A base de repetirlo, el periplo anual de las vacaciones corre el riesgo de adquirir la espesura de una rutina. De autoplagiarse en actividades anodinas que raramente dejan verdadero poso, porque vacar muy largo y muy exótico no significa encontrarse más. O al menos no siempre.

Las epifanías de personas que emprenden un viaje y vuelven completamente cambiadas son rarezas afortunadas e irreproducibles. En esos términos se contarán aquí:

ANTÓN

Mientras ejercía como informático en Madrid, el vigués Antón Ruiz (46 años) decidió suspender el trabajo para recorrer el sudeste asiático en unas vacaciones que le sembraron la semilla del nomadismo. Fue un viaje de Vietnam a Mongolia y luego a la India, del que volvió para retomar su labor profesional en otra consultoría informática madrileña.

Vacaciones de verano catárticas

«Tenía buenas condiciones y buen salario, pero se me hacía duro verme en el bucle de trabajo y gasto continuo. Empecé a sentir que un mes de vacaciones se me quedaba corto si quería hacer lo que de verdad me apetecía: moverme», cuenta el informático vigués. 

Vacaciones de verano catárticas

Tardó ocho años en planificar una salida ordenada de su propia vida. Ahorró, buscó opciones y asumió el reto mayúsculo de darle la vuelta a España en kayak, un proyecto compartido con la Fundación Gomaespuma para la que recaudó fondos con la travesía.

Vacaciones de verano catárticas

«Fueron cuatro meses navegando en solitario en los que descubrí cómo dinamizar unas redes sociales, enfrentarme a los medios de comunicación y resolver complicaciones diversas. Todo eso me ha servido luego para montar una agencia de viajes y convertir mi hobby en mi fuente de ingresos», confiesa. 

Vacaciones de verano catárticas

De ese modo, Antón reunió los ahorros de dos años y creó ‘3000 KM’, un negocio de viajes alternativos en el que rentabiliza su pasión por la vida ambulante. Ahora dice tener más tiempo para sí mismo, pero a la vez, al haber dejado de abrir nuevas rutas y dedicarse a tareas más organizativas, intuye que se ha construido una nueva celda. Por eso últimamente busca fórmulas para compatibilizar la gestión de la agencia con su propia deslocalización, porque, tal y como ejemplifica, la rutina siempre gana. 

JAVIER

Este barcelonés de 39 años trabajaba como administrativo en una asociación cuando descubrió que su vocación latente, para infortunio de su familia, crecería mejor a 17 horas de su Nou Barris natal.

Esa vocación se le despertó en un viaje a Indonesia: «Bucee por primera vez y la sensación fue indescriptible. Salí del agua emocionadísimo, gritando y con lágrimas en los ojos. Vimos cinco tortugas en esa primera inmersión. Los colores, la vida, me impresionó todo muchísimo», relata Javier Gálvez.  

Vacaciones de verano catárticas

Al volver del bautizo se incorporó al trabajo regular, pero lo empezó a compatibilizar con otra afición en ciernes consistente en liderar a grupos de turistas en destinos como Birmania o Tailandia. A medida que se enganchaba a los viajes, Javier siguió formándose en el buceo con unos cursos en Barcelona que no avanzaron demasiado.

Vacaciones de verano catárticas

Ese fue el detonante que le motivó a unir los puntos de su trayectoria reciente y situar el índice en la isla de Koh Tao. «Alquilé mi casa, dejé el trabajo, despedí a mi gente y me vine para Tailandia», cuenta al otro lado del teléfono.  

Hoy vive en una islita paradisíaca, camina descalzo y bucea entre tiburones ballena. Trabaja como monitor para una escuela llamada ‘Pura Vida’ y disfruta cada inmersión como si fuera la suya propia: «Coger a alguien y moldearle para que gestione su aire y sus problemas debajo del agua es muy gratificante», exhala el buceador catalán, que a la vez admite la cara menos amable del nomadismo.

Vacaciones de verano catárticas

«Estoy haciendo lo que me gusta, pero también tengo miedo a perder los lazos en España. De algún modo u otro, todos tenemos miedo de algo», se consuela.

LOURDES

A sus 37 años, la granadina Lourdes Olmos dice haber encontrado la plenitud en un velero que navega entre arrecifes polinesios y fondea curioso en las costas de medio planeta. Antes era profesora de Turismo en un instituto de su ciudad natal, donde tenía plaza fija tras haber aprobado las correspondientes oposiciones.

Vacaciones de verano catárticas

Su vida le gustaba, los alumnos la apreciaban, pero un año las vacaciones le trastocaron el plan de vida: «Cuando monté por primera vez en un velero me cambió la vida. Fue una semana por el Mediterráneo y pensé: ya sé lo que quiero hacer, recorrer el mundo en barco», relata. 

No perdió el tiempo. En los ratos libres Lourdes se formó para obtener el título de barco y a la vez indagó sobre páginas mediante las que compartir embarcaciones ajenas.

Vacaciones de verano catárticas

«Descubrí el ‘Barco Stop’ en el que personas con barco propio acogen a gente como yo para ser parte de su tripulación. Así me metí en el micromundo de la navegación», relata la profesora granadina, que con el tiempo y los viajes terminó por embarcarse de lleno: «El impulso definitivo llegó al conocer a mi actual pareja navegando en la isla de Huahine, en 2017. Ahora vivimos en nuestro barco»

Lourdes en un velero

En Lourdes se repite el patrón de Antón y Javier: unos cuantos ahorros y la falta de ataduras les permitieron saltar desde sus vidas anteriores. Fueron de vacaciones y volvieron incubando ideas extravagantes que no arrojaron al contenedor de las ocurrencias, sino que las persiguieron hasta encontrar la manera de validarlas.

Vacaciones de verano catárticas

«En mi caso fue un cambio radical y muy lento, pero he terminado encontrando la plenitud en este velero y solo quiero dejarme llevar», confiesa la profesora. «Por ejemplo en la isla de Tonga me ofrecieron ser guía de ballenas y no pude quedarme porque tenía que zarpar a Fiji. Hoy aceptaría el trabajo», apostilla

EPARQUIO

En este punto, el reportaje veraniego se estrangula con un flotador deshinchado y se impugna a sí mismo mediante la voz de Eparquio Delgado, autor de Los libros de autoayuda, ¡vaya timo! Según el psicólogo canario, las historias colmadas de éxito tapan frecuentemente las mucho más comunes trayectorias torcidas, y junto a la argumentación deja un ejemplo:

«Conozco a un tipo que estuvo tres años cruzando los Andes y después escribió un libro de su experiencia. El otro día me lo encontré vendiendo sus libros en la calle. 15 años después el tipo no ha tenido probablemente otra opción. Esta es una realidad que no aparece casi nunca en las revistas»

En su opinión, el reportajismo inspiracional suele reunir relatos que excluyen las condiciones materiales de la gran mayoría, porque –afea– «si no te quedas a vivir en las Azores, parece que seas un aburrido. Es una ficción».

En contraposición, aboga por los discursos que insuflan cierta desesperanza sobre estas aventuras y prefieren construir lazos comunitarios en el terreno, a unos palmos de la rutina.

«Creo que hemos pasado de comunidades muy opresivas donde lo normal era defender la libertad individual, a un mundo occidental en el que ignoramos que somos terriblemente débiles y dependientes de los cuidados. Irse lejos supone con frecuencia ignorar ese elemento esencial de la vida humana».  

Supone olvidar los cuidados y la precariedad, porque volver a España con más años y un puñado de experiencias difusas es una pirueta hacia la incertidumbre. Quizás solo por eso merezca la pena escuchar ciertas vivencias. Luego cada cual decidirá si el espejo moviliza o frustra, si la tensión entre descubrir o permanecer se decanta a un extremo.

Cada uno elegirá, pues, su propia aventura, pero habrá de atenerse al hecho de que los viajes acompañados de cambios radicales son complejos y exigen condiciones propicias con sacrificios infinitos. O dicho de otro modo: cuando la epopeya iniciática de las vacaciones cabe en tres hashtags cuquis, entonces probablemente no pase de anécdota.  

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Cuida a tus conocidos como si fueran tus amigos

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Decir que el ser humano es un animal social no es descubrir América. A estas alturas de la evolución, queda claro que los hombres necesitan del contacto y la interacción con otros de su misma especie para sentirse plenos. A no ser que se sea un anacoreta, un ermitaño o un rancio, que de todo hay.

Pero no toda relación entre humanos tiene que ser profunda y épica. También ayudan, y mucho, esos a los que denominamos conocidos, que están un peldaño por debajo del escalafón de amigos, y que nos facilitan la vida cuando necesitamos salir de un apuro.

Según el sociólogo estadounidense Mark Granovetter, son los llamados vínculos débiles los que nos pueden sacar de apuros en más de una ocasión. Y no solo porque a través de ellos conseguimos favores (o favorazos, si nos ayudan a encontrar trabajo, por ejemplo), sino porque nos hacen sentir más vinculados con otros grupos sociales.

Otras importantes ventajas de tener y cultivar una red de conocidos es que a través de ellos pueden surgir recomendaciones laborales y nos hacen más empáticos, además de alejar la soledad de nuestros sentimientos.

También nos hacen más felices, aunque no siempre seamos conscientes de ello. Así lo demostró un estudio de 2014, que también concluyó que mantener esa red de conocidos crea un sentimiento de pertenencia a una comunidad.

Relaciones sociales entre vecinos

A MÁS EDAD, MENOS AMIGOS

Parece demostrado que a medida que cumplimos años, nuestra capacidad de hacer amigos se ve resentida. Todos los que no hayamos logrado hasta los 25 años mejor darlos por perdidos. Incluso aquellos que ya formaban parte de nuestro círculo más íntimo acaban desapareciendo de nuestra vida solo por el hecho de que esta cambia: más obligaciones, más responsabilidades, hijos a los que atender… Nuestro círculo social se reduce, pues, considerablemente.

Ese círculo de amigos íntimos que frecuentábamos acaba reducido a una red de conocidos que entablamos en los lugares que frecuentamos: el bar de la esquina, los otros dueños de perros con los que coincidimos en el parque o los padres del colegio donde llevamos a nuestros hijos.

Tal y como expresó Miriam Kirmayer, terapeuta experta en amistad, en un artículo para New York Times, «podemos tener amigos o conocidos en diferentes contextos que le dan sentido a nuestras vidas a su manera». Y eso ayuda a tener y contar con diferentes tipos de apoyo.

Por eso es tan importante fomentar este tipo de relaciones más light, menos intensas, pero igual de positivas y fructíferas.

Relaciones sociales entre vecinos y conocidos

LA IMPORTANCIA DE TENER AMIGUETES

Esos conocidos pueden, a su vez, acabar convertidos en amigos a fuerza de entablar conversación y contacto con ellos. En el estudio ¿Cuántas horas lleva hacer un nuevo amigo?, publicado en 2018 por el profesor de la Universidad de Kansas Jeffrey Hall, se demuestra que podemos pasar de conocidos a amiguetes después compartir 30 horas juntos. Si las conversaciones con esos conocidos son relevantes, es posible que lleguemos a sentir un grado de satisfacción similar al que conseguimos hablando con un amigo cercano.

Aunque esos amiguetes no nos proporcionen el mismo grado de intimidad y conocimiento personal que un amigo verdadero, está claro que contar con un par de conocidos puede ayudarnos a conectar con un círculo más grande de personas. Suponen savia nueva, oxígeno en una relación (la de amistad) que huele a cerrado si no sabemos ventilarla.

Según la doctora en Psicología de la Universidad de Essex Gillian Sandstrom, «los amigos cercanos tienden a hacer y pensar de la misma manera que nosotros, lo que no ayuda a ampliar nuestros conocimientos. Aprendemos más cosas de la gente a la que no conocemos tan bien».

Relaciones sociales entre vecinos y conocidos

TECNOLOGÍA QUE AYUDA A HACER BARRIO

Este tipo de relaciones eran muy comunes hace años. Hablamos de una época en la que podías pedirle sal a tu vecino sin pasar vergüenza por el simple hecho de que le conocías y sabías su nombre. Una época donde siempre se compraba en el mismo mercado y, por lo tanto, establecías una relación de confianza con el pollero y la frutera, así como con otras personas que acudían allí a lo mismo que tú y con los que entablabas conversación a la menor excusa.

La arquitectura ayudaba mucho a ese tipo de relaciones vecinales. Y también el urbanismo de las ciudades fomentaba el contacto entre sus habitantes. Hasta que la modernidad impuso otro ritmo de vida más frenético, más individualista, con unas urbes más pensadas para los coches que para los peatones y donde las plazas, lugar de encuentro tradicional de los vecinos, son escasas e incómodas.

En lugares así, la soledad está presente en la vida de muchos de quienes nos rodean sin que seamos capaces de verlo. Hasta tal punto que supera a la obesidad como amenaza para la salud, tal y como se recoge en un artículo publicado en El Mundo. «La conexión social puede reducir en un 50% la muerte prematura» de quienes están -y no solo se sienten- completamente solos», se afirma en dicho artículo.

Para tratar de combatirla, así como otros problemas de convivencia que puedan surgir en una comunidad de vecinos, nació La Escalera. Puesto en práctica en Madrid, se trata de un proyecto que busca «facilitar el encuentro y el apoyo mutuo entre vecinas y vecinos de una misma comunidad y provocar una reflexión acerca de las relaciones cotidianas en entornos comunitarios», explican en su web.

En la misma línea de recuperar esa forma de vida social y vecinal, pero ya a nivel de barrio, estén surgiendo apps del tipo de ¿Tienes sal? o Nextdoor. Estas aplicaciones ponen en contacto a vecinos que viven en una misma barriada con el fin de construir comunidad y prestarse ayuda unos a otros: encontrar canguro, compartir un trayecto en coche, encontrar profesor particular, recomendar tiendas y bares «o simplemente conocer el nombre de ese señor que te encuentras cada mañana en tu calle», afirman desde la web de Nextdoor.

Así pues, si los amigos son un tesoro, los amiguetes también. De ellos depende que nuestra vida social tenga un poco más de chispa e incluso, a veces, de que podamos encontrar un trabajo. Conviene cultivar esas relaciones con simples conocidos aunque no sea más que por tener una visión del mundo distinta a la nuestra y que la obligación de sacar a pasear al perro sea un poco menos aburrida.

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Sexualidad fluida: sexo y amor que escapan de las convenciones

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Hay quien ve su sexualidad atada a una viga de acero toda la vida. Inmutable, inalterable: «Me gusta esto, y es esto, y solo esto. Hetero y figura hasta la sepultura».
Hay quien, en su etiqueta, no tiene problema en vestir otra chaqueta. Pongamos un hombre homosexual que un día se acuesta con una mujer o una chica hetero que se enamora de una amiga. Ni uno ni otro son bisexuales; a ninguno les gustan los dos géneros. Ella no deja de identificarse como hetero ni él deja de sentirse gay. Lo que ocurre es que su sexualidad es plástica, es fluida.

La psicóloga especializada en orientación sexual Lisa Diamond dice que muchas mujeres que se consideran heterosexuales, en algún momento de su vida, se han enamorado de otra mujer. Esto no las hace bisexuales porque no sienten atracción por más mujeres. Incluso puede tratarse de un amor romántico que no implique deseo sexual.

A la sociedad le cuesta encajar emociones distintas a las que se sienten por un amigo, por la familia y por la pareja. Por eso la mayoría de estas relaciones intermedias ni siquiera han tenido nombre. Quizá alguna, alguna vez, como ocurrió en la Inglaterra del XVIII y XIX, cuando hablaban de un tipo de enamoramiento inocente entre dos mujeres al que llamaban «amistad romántica».

La sexualidad plástica ya se veía en las cartas que dejaron escritas muchas de aquellas aristócratas. Hoy, además de un asunto literario, es de interés de la ciencia. La investigadora de la Universidad Politécnica de Virginia (EEUU) Christine Kaestle ha esperado 15 años para analizar la evolución sexual de casi 7.000 personas y ahora, con las conclusiones en la mano, asegura que «la orientación sexual envuelve muchos aspectos de la vida: quién nos atrae, con quién queremos tener relaciones sexuales y cómo nos identificamos. Hasta hace muy poco, los investigadores tendían a enfocarse solo en uno de estos aspectos para categorizar a las personas. Pero esto puede ser una gran simplificación porque hay individuos que, por ejemplo, se identifican como heterosexuales pero tienen relaciones con personas del mismo género». sexualidad plástica

De boloñesa a carbonara

La sexóloga Claudia Kösler explica la sexualidad plástica con este paralelismo: «Es tan sencillo como si antes te gustaban los espaguetis a la boloñesa y ahora te gustan a la carbonara. O te gusta el vino, pero un día pides una cerveza». Y lo explica con esta comparación: «Igual que a lo largo de la vida se produce un desarrollo intelectual, hay una evolución sexual».

Es un cambio de apetencias que no responde a patrones. Es pura flexibilidad. «Algunas personas pasan mucho tiempo con deseo de probar algo distinto y a otras les surge de pronto». Además, «hay muchos tipos de atracción: sexual, afectiva, intelectual… La gente es cada vez más libre y va experimentando sin necesidad de ponerse etiquetas. Y quien se las quiera poner, que se las ponga con libertad».

En la sexualidad plástica no es tan fácil establecer etiquetas porque la de hoy puede caducar mañana. «Muchas personas dicen que son hetero, pero que les gusta acostarse con individuos de su mismo género. También son frecuentes las fantasías: muchos fantasean con personas de su sexo aunque no son capaces de llevarlo a la práctica». Puede ser por decisión propia o porque «todavía quedan muchos condicionantes sociales».

Kösler recalca que no hay que olvidar que «la gente sigue cuchicheando» y que fuera de los núcleos urbanos de Occidente, hay una gran represión. «Muchas personas se tienen que ir de los pueblos porque ahí no pueden vivir su sexualidad con libertad».

En el empeño de buscar etiquetas, a menudo, el lío viene de «confundir dos cosas muy distintas: de quién me enamoro y con quién me acuesto», explica Kösler. En los últimos años, en su consulta ha ido viendo más mujeres que dicen que les apetece probar cosas nuevas. En cambio, a los hombres les cuesta más: «Siguen cuestionándose su virilidad. La mayoría sigue teniendo miedo y me preguntan si estos deseos son un problema. No nos educan para experimentar».

«Muchos prefieren criticar lo que desconocen»

La historia guarda infinitas formas de expresar la sexualidad. «Hay homosexuales puros y heterosexuales puros, pero, además, hay muchos rangos intermedios», indica la sexóloga Aída Vallés. «No se habla de ello por el peso cultural. La forma en la que concebimos las relaciones es aprendida. Es algo social, religioso y de educación. Y las personas intentan adaptarse a la norma para estar integradas».

La cultura occidental impuso una idea del pura cepa que empieza a tambalearse y que ha encontrado un altavoz en la tecnología: «Las redes sociales están ayudando a que se conozca esta diversidad».

—En los últimos años se ha producido un salto mental gigante en la sexualidad. Sobre todo, en la generación más joven.

—Sí pero no —opina Vallés—. Yo voy a los colegios y veo que quedan muchos prejuicios. Estos niños están educados por la mentalidad de sus padres y sus abuelos. La sociedad sigue muy parada. Es muy vistoso un youtuber que habla libremente de su sexualidad, pero vete a los institutos: hacen mucho bullying. O mira esos dos millones y medio de votos a Vox. No nos permiten avanzar porque los moralistas necesitan etiquetas, necesitan catalogar. No dejan que las personas seamos libres y eso es peligroso.

—¿Por qué a muchos les molesta que haya personas distintas a ellos?

—Por ignorancia. No lo entienden. Hablan desde la incultura. Esto siempre ha sido así: hasta hace 50 años la homosexualidad se consideraba una patología. Hoy la transexualidad sigue apareciendo como patología en los libros de diagnóstico. Muchos prefieren criticar lo que desconocen a informarse y pensar.

sexualidad plástica

LA CHICA DE GATA:
«No me importaba el género. Me enamoré de una persona»

«Siempre sentí que tenía algo pendiente, aunque no se me iban los ojos detrás de las mujeres». A la Chica de Gata, de adolescente, le gustaban los hombres. Tuvo un novio varios años y cuando acabó con él, prestó atención a un cierto eco que le sonaba por dentro: «Quería probar, experimentar… Tuve dos relaciones pasajeras con dos mujeres. Quería reconocerme a mí misma».

Tuvo después una novia. «No me importaba el género. Me enamoré de una persona. Fue hace diez años y no he vuelto a estar con ninguna mujer». La Chica de Gata (prefiere no revelar su nombre porque lo que para ella es normal no lo es tanto para sus padres) se considera heterosexual y lo explica de una forma muy gráfica: «Porque a mí se me van los ojos detrás de los hombres». Aunque está convencida de que lo más importante no es el género: «Sin duda, te enamoras de la persona».

No piensa así la mayor parte de la sociedad. Pero ella cree que «la bisexualidad no es algo generalizado por la cultura a fuego que tenemos interiorizada. Es una cuestión de tapujos. Yo no me he sentido acomplejada por tener relaciones con mujeres y hombres porque no lo he visto como algo negativo. Soy de Bilbao y ahí, en los años 80 y 90, la sexualidad se veía de forma más natural que en otros lugares. Después me fui a vivir a Extremadura y me vi acosada por las miradas y los cuchicheos. Es una cuestión cultural».

ANDRÉS:
«Era una asignatura pendiente»

Andrés (llamémosle así) ve y siente la sexualidad plástica como una evolución. En la adolescencia le gustaban las chicas. Tuvo líos, historias, novias. Pero conforme se acercaban los veinte años empezó a pensar que tenía «una asignatura pendiente. Tenía fantasías con personas de mi sexo».

Pasados los 20, por fin, se atrevió. Tuvo una relación con un hombre, pero… se sintió culpable. La moral todavía pesaba como un plomo en aquellos años 80. Se casó, fue padre y si en ese momento le hubiesen preguntado (y hubiese podido ser sincero), habría dicho que era bisexual: «Disfrutaba del sexo con mujeres y con hombres».

Hace años se divorció y entonces le asaltó una duda: ¿Estaré dentro del armario? «No es tan fácil superar el armarismo con 56 años. Pesa la cultura, el estatus profesional… Si hubiese vivido en otra sociedad, ¿lo hubiese ocultado? Quizá no. Lo hice porque, por mi profesión, era recomendable ser hetero. Y no tengo tan claro que haya una línea que va de una orientación sexual a otra. Es más difuso. Hay momentos de impulsos más fuertes y de impulsos más tibios. De joven, hubiese dicho que era hetero. Hace 15 años me hubiese catalogado como bisexual y hoy diría que soy homosexual».

Andrés habla de las cadenas sociales, pero hace hincapié en que, a veces, la principal mordaza es el miedo propio: «El principal enemigo para mostrarte como eres puedes ser tú mismo. A mí nadie me pidió que me escondiese. Era yo. Yo me he puesto la barrera. Y lo que he descubierto es que la gente a mi alrededor no solo no me reprime. Es que ni siquiera le interesa. A la gente le da exactamente igual lo que yo haga. No cambian su relación contigo ni te excluyen de tu círculo social».

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¿Es el talento una cuestión de dinero?

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Había un maestro de escuela que todos los años le hacía la misma pregunta a sus alumnos:

—¿Por qué en el Siglo de Oro había tantos poetas?

Los niños, desconcertados, se miraban entre sí sin saber qué decir. Entonces, el maestro les respondía:

—Porque había dinero.

Antes de que el estupor infantil se evaporara, el maestro les preguntaba de nuevo:

—¿Por qué en el Siglo de Oro había tantos santos?

Y otra vez el silencio, tan solo roto de nuevo por el maestro:

—Porque había dinero.

Entonces, el maestro concluía su reflexión con estas palabras:

—¿Os dais cuenta? Hasta para que haya santos hace falta dinero.

¿Será cierto que talento y dinero van tan de la mano? La Biblia ya nos dio una pista al darle ese doble sentido a la palabra. Los talentos de la parábola de Mateo y el talento moneda, cuya unidad equivaldría hoy nada menos que a unos 340.000 euros.

Repasando la historia descubrimos que el talento individual nada tiene que ver con la opulencia de una época determinada. Sobre todo porque, como explica el escritor Dan Pink, en términos generales la gente creativa trabaja por pasión y no por dinero.

Pero una cosa muy diferente es el talento generacional. Es decir, el nacimiento de muchos creadores en una época determinada. En esos casos, lo que dichas épocas suelen tener en común es el hecho de que surgen en el momento económicamente emergente de un determinado lugar.

Tras la Primera Guerra Mundial, París vivió un período de crecimiento económico considerable. Ello permitió que muchos soldados negros estadounidenses se quedaran allí dando lugar al mejor jazz de todos los tiempos. Y eso sucedía a la vez que varios movimientos artísticos de vanguardia, como el dadaísmo o el surrealismo, surgieran también entonces.

¿Era tan rico París como para potenciar este impresionante auge artístico? No, lo que sucede es que la ciudad vivió un cambio radical en un período muy breve de tiempo. Lo que nos da otra pista sobre este tema: lo que cuenta no es solo la incidencia económica, sino también el gradiente de la misma.

Es decir, cuanto mayor diferencia de nivel haya entre un antes y un después, mayor será también la eclosión artística latente y, con ella, la floración del talento.

Salvando las distancias, algo similar sucedió en España con la creatividad publicitaria. Con el final de la dictadura y la previsible irrupción de un consumo cada vez más sofisticado y masivo, las elevadas inversiones de las grandes multinacionales del sector que llegaron a nuestro país atrajeron, con sus atractivas remuneraciones, a un amplio grupo de personas con talento. Gente procedente del mundo del arte, la literatura, la música y, con la posterior creación de la carrera universitaria, de la publicidad.

Eso supuso un salto en la brillantez de las ideas que colocó a nuestro país en un permanente tercer lugar en el ranking del Festival Internacional de Cannes (detrás tan solo de Estados Unidos e Inglaterra). Pero cuando los beneficios de las agencias comenzaron a caer, ese tercer puesto comenzó a descender hasta situarse en el séptimo de este último año.

¿Había antes más talento o había más más dinero?

Lo cierto es que, en términos generales, una cosa lleva a la otra. Si quieres contar con una persona de talento, necesitas suerte. Si quieres contar con muchas, necesitas dinero.

Eso ya lo tenía claro aquel profesor de escuela cuando se lo explicaba a sus atónitos alumnos. Cualquiera puede llegar a santo. Pero hace falta un gran desembolso para conseguir que muchos de ellos, a la vez, lleguen al cielo.

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Ricardo F. Colmenero: «Si te ha dejado la novia, eso es para ti actualidad»

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Ricardo F. Colmenero siempre quiso ser escritor y pensó que ser periodista sería la forma más rápida de convertirse en uno. Ahora, con más de dos décadas de profesión a sus espaldas, Colmenero publica su primer libro. Quizá se equivocó en esto de la rapidez. «O quizá no había encontrado lo que tenía que escribir», matiza él.

Más que algo sobre lo que escribir, Colmenero encontró algo sobre lo que reescribir. Literatura infiel, que así se llama su libro, es la conversión de sus columnas literarias (principalmente publicadas por el periódico El Mundo) en una novela autobiográfica. Para dar forma a este libro, Colmenero tuvo que releer y estructurar su propia historia, corrigiendo, cambiando, añadiendo. «Llegó un momento en el que tuve que rellenar los huecos de mi vida sobre los que no había escrito para dar al libro cierta coherencia», explica.

No fue una tarea especialmente difícil. Como el mismo Colmenero reconoce en una de sus columnas, a él le gusta no tanto escribir como leerse. «Sí, bueno; cuando encuentro columnas buenas, y eso es raro», matiza, «tengo un nivel de autoexigencia enorme. Si me dejas puedo corregir una columna hasta hacerte otra. O hasta cargármela». Afortunadamente, la editorial Círculo de Tiza no le dejó llegar hasta tal punto, y las columnas de Literatura infiel componen un retrato fiel de uno de los columnistas más lúcidos del país.

En realidad, Colmenero no es tanto columnista como reportero. Es el corresponsal en Ibiza del periódico El Mundo. Lo de las columnas surgió más como fruto de la temeridad. Colmenero convenció a sus superiores de que le dejaran publicar columnas con tres condiciones: que fuera en su tiempo libre, que no cobrara por ello y que, por favor, no contara su vida. Leyendo el libro uno constata que Colmenero escribe muy bien, pero que cumple las promesas regular.

En sus columnas, Ricardo F. Colmenero habla de su vida. De su Galicia natal o su Ibiza de adopción; de cómo conoció a su mujer o cómo le cambió la vida tener un hijo. De su depresión, de su hermano con discapacidad o de la muerte de su abuela. Lo hace siempre desde el humor y consigue, aun hablando de temas duros, sacarle una sonrisa al lector. «Eso es porque lo hago desde la distancia. Puedo hablar de ciertos aspectos porque los he superado, pero si escribiera en caliente no me habría salido lo mismo».

Él aparece como personaje en las primeras líneas de sus columnas para desaparecer después, sirviendo más bien como receptáculo en que el lector se puede sentir identificado. «Esto funciona porque no hablo de mí, sino de todo el mundo», resume .

Con este argumento defiende Colmenero la necesidad del columnismo literario en la prensa generalista. «Estas columnas no son de actualidad, pero sí son de realidad: la minusvalía de mi hermano es de rigurosa actualidad para las familias que sufren lo mismo, mucho más que el último discurso de Pablo Iglesias; o si te ha dejado la novia, eso es para ti actualidad y prefieres leer sobre eso que sobre la situación de la pequeña y mediana empresa en tu comunidad».

Por eso en sus columnas se trasluce admiración por este oficio y referencias frecuentes a otros columnistas como David Gistau, Manuel Jabois o Milena Busquets. Dice Ricardo Colmenero en su libro que a escribir se aprende por envidia. Y atribuye esta frase a un profesor de universidad. Tiene este autor tanta envidia como agradecimiento, pues las citas a otros escritores son constantes y están bien referenciadas.

Aun así, si tuviera que destacar unas pocas, si tuviera que definir su libro a base de referencias externas, Colmenero diría que es «una mezcla entre el Big Fish de Tim Burton, la serie Cómo conocí a vuestra madre e Irse a Madrid, de [Manuel] Jabois».

De la película de Burton está la historia fabulada, la vida convertida en anécdota, la conversión de persona en personaje. «El de las columnas soy yo tal cual, desnudándome ante el lector; pero como prima el humor, lo que acabas es caricaturizando. Además, escribo desde la distancia y eso lo hace más fácil».

Las otras dos referencias, la televisiva y la literata, hablan del coautor de este libro. «Mi hijo Iago ha estado presente en todo el proceso de crear este libro y ha sido un poco la génesis; me he sentido un poco Ted Mosby explicándole cómo conocí a su madre».

Ricardo F. Colmenero empezó a trabajar en El Mundo con el cambio de milenio. «Ni en mis mejores sueños, cuando entré en esa redacción, podría imaginar que algún día sería mi careto el que saldría en contraportada», dice en una de sus columnas. Entonces se dedicaba a buscar las citas que aparecen en la portada del periódico, una frase famosa que resumía lo acontecido en la jornada. Le pedimos, pues, que haga lo mismo con su libro, que vuelva a sus días de becario y busque una cita para poner en la portada de Literatura infiel. Después de pensarlo un poco, contesta con la frase de una película:

El destino tiene su manera de dar vueltas alrededor de un hombre… y tomarlo por sorpresa (Big Fish, Tim Burton, 2003

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Borja Pakrolsky acelera la portada de Yorokobu

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PUUUM.
La Y suelta una coz a la O de ojos azules.

RAAAS.
La R da un pepinazo a la O con nariz de tubérculo.

KAAAH.
La K arrea un puntapié a la O con gafas.

BUUUM.
La B pega un culatazo a la U gordica.

Esto es lo que ocurre cuando se aprieta movimiento a la portada de este mes de julio de la revista Yorokobu. Esto es lo que ha decidido hacer su autor, Borja Pakrolsky, para hablar del asunto que ocupa al monográfico sobre movimiento.

portada de Borja Pakrolsky para Yorokobu

«Algunas letras golpean a otras y las oes salen despedidas», explica el director de arte. «A mí me encanta moverme. En un año he cambiado tres veces de agencia. Pienso que el agua que se estanca se pudre».

Lo demás, dice, es su estilo: «mis ilustraciones, mi forma de hacer las letras…». Ahí están los personajes que le gusta dibujar, esas mezclas de animal y hortaliza, esos seres paradójicos que tienen cara de conejo y zanahoria a la vez.

Borja Pakrolsky los dibuja a lápiz. «Todavía no he pasado a la tablet. Hoy casi todo el mundo trabaja sobre pantallas pero yo soy un pelín carpintero, un poco artesano», relata. «Es un proceso largo, pero me gusta más: dibujo, lo fotografío para pasarlo a digital y ahí lo termino».

Para dar color a la portada, acudió a los básicos: azul, rojo, amarillo, blanco. «Fue una locura», exclama. «Es uno de los momentos más difíciles de afrontar. Le he dado mil vueltas. Han pasado millones de colores por encima del dibujo. Hasta que probé este punto old school, ochentero, noventero, y ahí es donde decidí dejarlo quieto».
STOP.

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Anfetaminas y LSD: los otros frentes de las guerras

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El soldado nunca lo tuvo fácil para saber si el enemigo venía de frente, de culo o corría por sus venas.

El ejército contrario le disparaba y bombardeaba. Pero su propia tropa le propinaba sustancias que le alteraban el juicio y el sentío.

Entre los reclutas del Imperio Británico corría el ron que era una delicia.
A los bárbaros del norte los surtían de setas alucinógenas.
Y en el siglo XX el fiestón se hizo rock and roll.

drogas en la guerra

En la I Guerra Mundial, las tropas francesas y británicas se ponían hasta el culo de cocaína. A velocidad motora, con las pupilas como platos, aplastaron a los germanos.

Al principio dijeron que los alemanes la introducían en el ejército inglés para enloquecerlos. Pero después se vio que eran los holandeses quienes hacían negocio vendiendo a diestro y siniestro.

En la II Guerra Mundial, la anfetamina puso la juerga. Los nazis la llevaron al mercado en la píldora pervitina y los soldados la recibían junto al plato de comida. Flipados de metanfetamina, con el corazón a mil y la euforia de un Dios, invadieron Francia, Polonia y Checoslovaquia.

A veces, lo sabían.
A menudo, lo pedían.
Pero hubo quien se lo tragó sin tener explicación: fueron los conejillos de indias. En la Guerra Fría, el ejército de EEUU echaba LSD en el café de algunos soldados para ver cómo actuaba un combatiente alucinado.
Uuh… aaAah… uUuuhh…

Todo eran risas: no obedecieron una orden, las armas bailaban. Parecía la droga perfecta para desarmar al enemigo.

En el LSD buscaron también el suero de la verdad. En estos experimentos arruinaron la vida de muchos hombres: del empacho de alucinación surgieron paranoias que no se fueron nunca.

No sacaron nada en claro del uso de las drogas en la guerra.
Y al final cesaron las pruebas.
Por estos motivos: «falta de datos, el carácter poco concluyente de los experimentos y los problemas jurídicos, políticos y éticos».

Fuentes:
‘Las drogas en la guerra’, de Lukasz Kamienski (Critica Barcelona)
El Periódico

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Tavo Ponce: estático movimiento para mentes plásticas

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Aunque el mar siempre sea mar, el mar de un lugar no se parece al mar de otro. Eso también ocurre con la creatividad expelida por dos personas diferentes: cada una es de cada cual. En la combinación de fluidos y creatividad, el sevillano Tavo Ponce ha encontrado el lugar donde manejar su barca sin que a la deriva le lleve y se ha plantado en un puerto de identidad no fotocopiable.

«No sé muy bien cómo acabé ahí», dice el diseñador especializado en motion graphics. «Todo empezó con una gráfica que hicimos en 2011 y, explorando poco a poco, iba perfeccionando más este tipo de modelado en proyectos personales del estudio».

Como se le daba bien recrear esta física de lo líquido, los encargos empezaron a caer. Llegó Nike, Nissan, Inditex, Fox o Canal +. Y hubo que ir profundizando aún más en una mecánica de fluidos creíble que se pudiera recrear artificialmente. «Al inicio, intentaba hacer los fluidos con simulación, pero nuestra inexperiencia en determinados programas nos obligó finalmente a modelarlos a mano. Es algo más laborioso, pero tienes mucho más control sobre el resultado que quieres. Especialmente en imagen fija», describe.

Ponce dice que siempre le ha gustado «experimentar con texturas y modelados orgánicos. Sobre todo, cuando se mezclan esos modelados orgánicos con texturas más sintéticas. Es como poner un poco a prueba la vista, conectando distintos mundos».

Prueba, combina, moldea y manosea, ya sea digital o manualmente. Y los designios creativos que se filtran mente afuera, fluyen de tal manera que los resultados casi nunca se parecen a la idea de partida. Para eso, lo fluido está en constante variación.

Lo que más complicado le resulta es, precisamente, transitar por la fase de modelado. «Se hace tedioso», dice. «Requiere mucha prueba y error para que el resultado final sea creíble». Pero así es como los elementos de Tavo Ponce chorrean, gotean, vibran, se contonean, se escurren. Así es la particular mecánica de fluidos en motion graphics del artista que decidió habitar lo líquido para apelar a las mentes plásticas.

La entrada Tavo Ponce: estático movimiento para mentes plásticas se publicó primero en Yorokobu.

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